30 de diciembre de 2010

O Finis


Porque para los que habéis podido alcanzar a entenderlo, hasta aquí ha llegado ese equilibrio cuasiestático


Y así seguirá, tan cuasiestático como yo.



Este año no hay propósitos, no hay un conocerse mejor, no hay ni tan siquiera odio a pesar de que este mes era propicio, no hay nada. Acabo de leer a mi amiga la bruja e inicialmente tenía en pensamiento pedir también cosas, pero está visto que nadie va a darme nada, así que no me voy a molestar en solicitarlas.


Ya comenté en otra ocasión que acostumbro a calificar estos días de evaluación, no de mí mismo, sino de los eventos acontecidos dentro del periodo que comprende el año en los que de forma directa o indirecta me he visto implicado. No obstante, esta vez, me limitaré a decir que todo ha quedado en lo extraño.


No diré nada más, aunque aún me quedan dos días para arrepentirme.


23 de diciembre de 2010

Obliterar



La Navidad, como cada año, me hace reflexionar.


Los regalos, los saludos, ser amable cuando parece que comas almendras amargas el resto del año, y felicitar algo tan intangible como una fiesta…


¿Cómo que Feliz Navidad?


Creo que en estas fechas no hacemos sino que ocultar con guirnaldas y buenas intenciones el pequeño Grinch que tenemos todos dentro. Y está mal decirlo, pero aunque la mona se vista de seda… el vestido no es de su talla.


Por eso, para vosotros mis pocos, escurridizos y silenciosos lectores, Woo-woo Navidad. La felicidad que la aliñe cada uno a su gusto.


16 de diciembre de 2010

Olvidar





Un temblor, un súbito temblor y un vaso hecho pedazos. La mano seguía temblando y el vaso, hecho añicos en el suelo mientras el agua se escurría formando un charco irregular.


Se derrumbaba por momentos, una parte de ella estaba deseando enterrar a su otra parte en lágrimas. Hacía demasiado tiempo que no lloraba, pero se sentía incapaz de olvidar porqué había dejado de llorar.


Un rictus le contrajo los músculos de la garganta, de forma que no podía articular tan siquiera un lamento, un furtivo sonido de desesperación. Era tan terriblemente patético verse así, allí postrada en el suelo de la cocina, con el agua del vaso roto comenzando a mojar sus medias.


Patético, pero triste.


Nunca se había compadecido de ella misma, de hecho ni ella ni nadie. Lo que tenía, no era porque lo hubiera merecido, simplemente lo tenía. Y esto era aplicable tanto al amor como a la falta del mismo.


Tener que sonreír, ir cada día a trabajar, incluso tener sueños… no era fácil. Sus palabras le taladraban una y otra vez los oídos hasta el punto en el que creía que sus tímpanos explotarían, te lo dije


Cerró los ojos, como si no mirando de frente al monstruo, éste se fuera a marchar a asustar a otros niños, pero cuando los abrió le inundó una sensación espantosa. Había dejado de respirar y notaba como sus pulmones, muy adentro de ella, se ensanchaban pidiendo una sola bocanada, pero era incapaz de tragar aire, era incapaz de tragar nada más…


Vio el brillo de sus ojos reflejado en el suelo, y cuando quiso darse cuenta, éste había desaparecido en unas suaves ondas concéntricas. Muy lentamente, aunque de forma espasmódica, comenzó a inhalar aire al tiempo que desfilaba por su rostro una melodía silenciosa de lágrimas, formando un surco ininterrumpido que acababa en su nariz con un cosquilleo.


Chip, chip, chip…


Abrió desorbitadamente los ojos. Aquello no podía ser cierto, ni mucho menos. Se apoyó más firmemente con las rodillas y se llevó ambas manos a la cara, donde acarició su piel húmeda e irritada.


Le temblaron los labios como nunca le habían temblado, pero seguía sin ser capaz de articular un solo sonido.


No podía parar, sentía la necesidad imperiosa de permanecer allí, tan tontamente. Poco a poco comenzó a hundir la cara en sus manos en forma de cuenco y entreabrió su boca, por donde escapaba un aliento entrecortado, como un globo pinchado que deja escapar su aire muy despacio.


¿Esa chica tan perfecta en aquella situación? La que sabía encandilar a todos, la que tan fácilmente como enamoraba a una persona tenía la capacidad de romperle el corazón. Esa chica, estaba llorando, y a sí misma se decía una y otra vez que eso estaba mal, que nadie la había enseñado a llorar.


Lo que no sabía es que muchas veces para recordar algo, hay que olvidarlo antes, porque muchas veces no comprendemos lo maravilloso de los reencuentros.


10 de diciembre de 2010

Occiso




Inmisericorde, porque te quiero inmisericorde.


En tu cabeza no tiene cabida el tanteo, sólo la decisión. Juzgas, pues eres juez. Que tu presencia se resuma a una visión, instantánea y fatal, escena oscura donde los párpados caen por su peso.


No es saña, no es inquina. Simplemente es para dejar de serlo.


En ese instante, ningún delito duele ni ningún acto bondadoso alivia. En el óbito, cada quién se obliga a asumirlo del mejor modo posible.


Cuando comenzaste a existir nadie dijo que tuvieras que ser agradable, amiga.



8 de diciembre de 2010

Oscuro


Había llegado a convertirse en un ritual, eso de ir sola a todas partes. No necesitaba a nadie para pensar, y él se había ido, cosa que en cierto modo ya era hora. Podía sonar frío, incluso cruel, pero no le echaba de menos; a quien echaba de menos era su sillón.


Aquel nuevo país era frío, lúgubre… las personas, transitorias, parecían fantasmas desvelados paseando sonámbulos a la deriva entre la niebla crepuscular que inundaba las calles del centro. El gorro de lana era incapaz de detener ese frío intenso, que erizaba los cortos cabellos incipientes de su cabeza.


No obstante, mirando la parte buena, podía recordar a diario aquel juego de niños con el que solía entretenerse los días más fríos del año: exhalaba vaho por la boca mientras entreabría los dedos sosteniendo un cigarro imaginario. Nunca había fumado (no tabaco real, claro), y se sentía satisfecha de que ese tipo de vicios no la dominara. El dominio es muy importante; no el control de las cosas, sino de ti mismo. Cuando uno camina sabe que debe anteponer un pie a otro, pues esto es lo mismo.


¿Ya había llegado? Resulta intrigante cuando a veces llegamos a un lugar sin darnos cuenta, sin mirar direcciones, simplemente caminando en un acertado devenir que nos conduce inequívocamente dónde tenemos que ir.


Se mordió un labio cuando vio timbre en la puerta. Los odiaba, los odiaba desde el mismo momento en escuchó uno. Con la mano enfundada en cuero tocó la puerta, haciendo sonar la gruesa madera helada por encima del coche que pasaba en ese mismo momento por detrás de ella, levantando un viento con sabor a gasolina un tanto desagradable.


Una anciana abrió la puerta y sonrió afablemente, como si la conociese de toda la vida aunque solo frecuentara el local desde hacía unos días.


- Eres la única que entra por aquí, ¿lo sabes?


Por supuesto que lo sabía, pero sobraba contestar, así que sonrió escuetamente mientras se retiraba el gorro y pasaba dentro, donde una ola de calor hogareño la acogió en su seno.


- No me gusta la otra puerta.


Ahora la que sonreía era la anciana, que amablemente le tomó el abrigo y lo llevó consigo pasillo arriba. Ella, retorciendo el gorro de lana en su mano izquierda, acarició con la derecha la madera interior de la puerta, casi en gesto de agradecimiento.


El motivo de que no le gustara la otra puerta era que había perdido su identidad. Aquella puerta no necesitaba ser abierta, no se precisaba de permiso para franquearla, y ante todo, nunca había una sonrisa que la recibiera.


Cuando llegó al gran salón y vio a esa puerta, la miró con desprecio mientras un grupo de dos parejas jóvenes la atravesaba entre risas y se dirigía a la barra del bar. Era probable que creyeran que ese entrecejo fruncido iba dirigido hacia ellos, pero bueno, ¿qué más daba?


Se giró y vio su abrigo sobre un sofá de cuero verde, y una copa con un trozo de limón flotando en el líquido transparente que contenía.


Fue hacia allí y se sentó, dejando el gorro sobre el abrigo y quitándose los guantes sin prisa.


Le gustaba aquel bar, pequeño e íntimo, gobernado por un matrimonio entrado en años para el que cada cliente era una persona, no una fuente de ingresos. Habían captado los gustos de la chica muy pronto, de hecho. Le dolería la jubilación de esos ancianos, al menos si permanecía en la ciudad para cuando aconteciera.


Una vez estuvo acomodada dio un sorbo a la copa. Sonrió y arrugó la lengua dentro de la boca, aplastándola luego contra el paladar por el ácido del limón. Delicioso.


Con un mohín de disgusto en la cara vio que en la mesita que tenía frente a ella había una lámpara de refinada mampara hecha en vidrio de colores. Localizó el cable y lo siguió hasta el enchufe. Lo retiró de la corriente y la luz se deshizo en un chisporroteo candente que se fue apagando poco a poco, desapareciendo.


Ahora, la parte del local en la que ella estaba se había vuelto particularmente oscura, ya que las lámparas de las paredes contribuían los justo como para crear un ambiente sosegado junto a una música tan suave que parecía que proviniera de otra casa.


Allí pasaba horas, sola, sentada y sonriente. A veces, la gente asidua al local se refería a ella como La Oscura, esa que no tenía novio, esa que nunca iba con nadie, esa que se bastaba para sonreír por ella misma… Podía parecer oscura, pero su alma no lo era. Si no tenía compañía era porque no la necesitaba.


Muchas personas no entienden de recrearse en los pensamientos, de emplear el silencio como herramienta para la comprensión, de divagar entre un mar de ideas, de entrar en casa cuando el día ha declinado ya…


Cuando quiso darse cuenta, estaba sola en el bar y su copa estaba vacía. Ante la mirada inquisitiva de la viejecita, a su lado, dijo suavemente.


- Otro agua, por favor.



30 de noviembre de 2010

Conmover


Vibraciones tildadas de especiales recorren la columna vertebral desembocando en un leve temblor que acaricia cada extremo de cada pelo que compone el vello de la nuca, erizándolos como si hubieras introducido los dedos en una toma de corriente eléctrica.


No es real en sí mismo, pero el relativismo lo hace real para ti. Su inexistencia cobra sentido en una simbología intrínseca y retorcida, donde las claves son suspiros y tequieros rotos. Porque hay palabras que son lágrimas, y las lágrimas no entienden de tinta legible…


La pena se vanagloria de su triunfo, inequívoco, sobre una autoridad otrora superior. El compungimiento sólo es una pieza de esa ternura que despierta amapolas en invierno solamente para que un segundo antes de marchitarse puedan ver la nieve y sonreír.


Sabes que la felicidad sempiterna es un mito, un mito que se seca entre hojas de laurel en un cofre prohibido. El to be para la felicidad sólo significa estar.


Es por eso que conmoverse no es algo malo, conmoverse es un punto de inflexión en el camino hacia la felicidad, porque una triste alegría te invade y te hace ser recalcitrante en algo: no harás que sea ni más rápido ni más lento, sólo a su justo tiempo. Ser un poco más persona que el ser humano.


Porque definitivamente con ella soy alguien diferente. A sus ojos, no soy para nada un monstruo.


25 de noviembre de 2010

Sobre Casualidad y Coincidencias


Señoras Casualidad y Coincidencia, lo siento pero han sido demasiadas en demasiado poco tiempo. Quizás debería catalogarlo de curioso, pero esa no es manera de proceder.


Puede ser inquietante que una serie de fenómenos de tal naturaleza se den de por sí, pero cuando el evento se convierte en sucesión repetitiva es algo así como un cable de alta intensidad chispeando desde su poste.


Aún estoy buscando unos guantes de goma para sujetar bien fuerte ese cable y dominarlo antes de que me domine a mí, como sucedió en otro episodio (va por ti, Daniel).


Sé que son señales, y me dicen cosas, cosas que no he llegado a comprender aún pero que probablemente con el tiempo, llegue a comprender.



Lamento la falta de detalles, pero callado se comprende mejor al silencio.


PS: Las casualidades y las coincidencias también son los padres u.u



18 de noviembre de 2010

Cábalas


¿Quién no las tiene? Esos pensamientos fugaces en los que pones el final y el comienzo a una historia de la que sólo conoces un capítulos, preguntándote el y si y el ende luego. Es tan deliciosamente maravilloso. Podrías pasar la noche hilvanando escenas por las formas que aparecen en la estela gris del cigarro que se consume en tu mano.


En esas historias, las arañas saben besar y las mariposas decapitan humanos con una inmisericordia orgásmica.


Te relames porque para ti es como una película de cine mudo, desfilando cual pasarela ante tus ojos desenfocados en el punto existencial de la nada, con un decorado turbio y una alta dosis de divergencia entre lo que es y lo que parece. El hielo del vaso, solitario y en estado de fusión, baila por la superficie húmeda del cristal, tintineando. Solicita permiso para la próxima dosis.



Te ha quedado un regusto extraño, en tu boca y en tus entrañas, al imaginar el final de los finales, el final que has creado para ellos.


Las cábalas son algo privado por el contenido que poseen. Por favor, ni te atrevas a llamarlas mero chismorreo. Los chismorreos son cosa de marujas, y las cábalas no entienden de sus gritos de gallina clueca; se realizan en silencio y en situaciones extrañas, donde tu cara adopta esa expresión de plenitud indescriptible, pícara y sórdida; pero se trata de una cicatería bondadosa y despreocupada, como una jovencita ligera de cascos.


Otra copa, por favor. Con sonrisas, por supuesto, y un toque de picardía. Mereces divertirte un poco.


17 de noviembre de 2010

Capisci?


No preguntes, sabes que no te responderé.


Preguntas, preguntas, preguntas, ¿qué me vas a contar? De veras que te entiendo, y es por eso que veo necesario que esto sea así y no de otra manera.


Te he estado observando, y por tu cara creo que no te habías dado cuenta. Aunque bueno, de eso se trataba, pero he estado cerca de ti todo el tiempo, mucho más cerca de lo que imaginas.


Habías llegado a aburrirme, creía que te habías apagado del todo, que ya habías abandonado ese afán inquieto y locuaz, casi frenético tal vez, esa búsqueda sin cofre y sin tesoro, de mapas que no eran más que garabatos. Pero me equivocaba. Un carnívoro necesita comer carne, aunque le pongan todos los días un plato de hierba en la mesa.


Te he dicho que no preguntes. La respuesta ya la conoces, oírla en voz alta no va a hacerla ni más ni menos verdadera. Hay cosas que no entienden de términos, no intentes nominalizarlo todo.


Aham…


Pues claro que me río, se nota que no tienes ni idea, pero tranquilo, lo comprenderás… Ya lo creo, desde luego que lo comprenderás…



15 de noviembre de 2010

Caprichoso


Francamente, no sé si aplicar este término a mí mismo o a mi entorno, pero todo está tomando un cariz un tanto caprichoso. Y caprichoso, junto a inevitable, son los adjetivos que otorgo personalmente al destino.


El otro día, hablando con el Señor X sobre una decisión muy importante respecto a mi futuro profesional y al fin y al cabo vital, surgió el tema de la vocación fuera de la vocación, entendiendo la primera vocación como el campo en el cual uno podrá reembolsar su esfuerzo y tiempo por dinero (véase un trabajo), mientras que la segunda vocación, totalmente dispar, no requiere de nada más que voluntad y capricho.


Cuando comencé mi carrera de estudios, en el campo de las ciencias experimentales, creía tener algo muy claro, y es que las ciencias para mí sólo eran un proyecto dinámico en el cual podría desarrollarme laboralmente, manteniendo un concienzudo hobby sobre mi aspecto más humanista fuera del horario de oficinas. No obstante, cada vez me doy más cuenta que una parte está engullendo a la otra en términos de la idea original.


Con ello no quiero decir que haya dejado a un lado una parte de mí, no, es algo más trascendental que eso. Me refiero a que he encontrado mi vocación fuera de mi vocación, y resulta ser la misma.


Volviendo al tema de la conversación con el Señor X y rememorando un poco aquello que me dijo, fue algo así como: “Podrás dedicarte al laboratorio en el campo C, pero no podrás dejar de lado los campos Z y B” Poder, no podría. Y aunque no me haya dado cuenta, desde mucho antes de entrar de pleno en este mundo, no había podido dejarlo. Quizás no me había dado cuenta porque era algo que tenía tan arraigado a mí que había llegado a fundirse camaleónicamente, pasando inadvertido como una naturaleza primigenia en mi forma de ser, pero ahí estaba.


Plantándomelo fríamente, y desde un punto de vista empírico, he comenzado a echar cuentas en proporción al número de horas de ocio y la finalidad afín a esas horas gastadas, y en un porcentaje bastante elevado me he dado cuenta de que podría llamárseme adicto al trabajo.


Cuando usas más de veinte horas de la semana en estudiar fisiología del sistema nervioso, ¿quién en su sano juicio tendría como libro de cama artículos sobre el funcionamiento eléctrico del cerebro para comprender cómo usamos el pasado para proyectar nuestro futuro a nivel neuronal?


Vais a ser científicos, nos dijo un profesor, no podéis guiaros por creencias, sino por hechos. Y a los hechos me voy a ceñir: se sabe, con certeza, que el origen de la vida como tal reside en una diminuta molécula proteica que derivó evolutivamente en lo que hoy conocemos como ácido nucleico (DNA entre otros). Ese material genético reside en cada una de nuestras células, ese origen de la vida. Las células, mediante sencillas técnicas, pueden ser cultivadas como lechugas en el huerto y mantenerse indefinidamente en diferentes líneas siempre que se quiera asegurar esa descendencia (no entraré en detalles técnicos, así que si algún docto en el campo de los cultivos celulares quiere rebatir algo, le pediré que dé por obvia mucha de la información que omito aquí). Cuando morimos, ¿de verdad morimos? Aunque dejemos de existir como organismo, esas células, que contienen lo que nos da la vida, pueden seguir existiendo absteniéndose del recipiente original. Entonces me pregunto…


¿Qué se muere cuando uno se muere?



Cuando me decían que era un estúpido por querer ser científico por eso de tener un carácter tan emocional, y estuve a punto de creerles y abandonar. Pero gracias a mis emociones y seguir el camino que me marcaban, sé que seré un buen científico. En mis dos vocaciones.


10 de noviembre de 2010

Cul-de-sac


Esa puerta no se abre sola, es necesario que actives el mecanismo del pomo para entrar en la habitación… donde una atmósfera, suspendida sobre tu cabeza, donde el aire no llega a tu boca y te hace boquear como un pez fuera del agua durante demasiado tiempo.


Debes resistir, lo suficiente para que tu determinación inicial no flaquee, para que te deshagas de lo que has venido a tirar.


Es desesperación. Es ese pálpito doloroso en la sien, inexplicable y aterrador, como el interruptor que da pie a esa locura agónica; a esa ristra de recuerdos traducidos a imágenes insonoras, momentos que creías indescriptibles reducidos a eso: algo tangible y perecedero.


Cuando te liberas de esos recuerdos, estos caen hacia la gravedad infinita del olvido, donde nadie los acoge ni nadie se molesta en recordarlos.


Este es el único sitio donde uno puede quebrar promesas, donde uno hunde barcos de tripulación demasiado debilitada como para afrontar otra guerra, es donde uno olvida.


Es algo que no lleva a nada, algo que en cualquier otra condición sería inútil, pero en esta habitación, la finalidad viene a ser algo más práctica, pues precisamente algo que no lleva a nada, termina.


El es el final de un camino sin salida, en el fondo de un saco que no ha visto la luz.