24 de febrero de 2010

Annus Sine Nomine

 

Lo que hay detrás de las sonrisas.

 

¿Alguna vez te has parado a pensarlo? ¿Por qué sonríes?

 

Y el tiempo pasa tan rápido… Como cada año, comencé a leer cosas, cosas que solo yo conozco y cosas cuya lectura se ha convertido ya en ritual. Esos archivos secretos, esos tristes garabatos que alguna vez te parecieron importantes y que ahora inevitablemente piensas contradictoriamente cuando los lees, sonriendo

 

He cambiado. Quizás demasiado.

 

La impronta no se borra, oscura sobre el papel, de lo que he sido y de lo que me ha rodeado tantos años. Y no obstante, he cambiado.

 

Este año no queda exiguo de añadir algo más, por insignificante que parezca, porque si no el año que viene – de darse el caso que llegue –, me lamentaré de ello.

 

Este año no tendrá nombre, ni etiquetas. Si en año nuevo valoro los acontecimientos que me han rodeado, este día valoro cada una de las batallas que he vivido en mi interior. Lo decidí así hace ya mucho tiempo.

 

Cada día quedan menos hojas en blanco, y ya no distingo entre tantos colores, tantos.

 

 ¿Pero sabes una cosa? Ya he pensado el final...

 

21 de febrero de 2010

Sobre Asertividad y Aquiescencia


 

Papanatas, pelele, orangután… ¿y tú te haces llamar persona? Puede que yo peque de soberbia – en ocasiones –, pero tú te llevas la palma.

 

Porque si ser arquitecto te atribuye tener buen gusto, métete un dedo en el culo y ponte a bailar como el simio que eres. ¿Quién te nombró líder? ¿Eh? ¿Eh? ¿Eh? Ah, ya decía yo… Escucharás voces en tu interior o algo parecido.

 

Términos como asertividad o aquiescencia te sonarán, ¿cierto? Pues a ver si te aplicas el cuento y entierras esa cutre voz de dictador que te crees que tienes.

 

¿Sabes lo que te digo? Que te metas tu logo por el orto. 

 

Porque para rencor, el mío. 

16 de febrero de 2010

Atreverse


Movía las caderas lentamente por aquel infinito pasillo.

Ese día se sentía realmente estúpida, casi como si tuviera un par de lustros menos. ¿Aún una chiquilla?

Cuando llegó a ese lugar, cerró la puerta con pestillo a pesar de que sabía que estaba sola en casa. No sabía por qué, pero el baño era el cuarto de toda la casa que más seguro le parecía, y todo por ese simple pedazo de metal debajo del pomo rústico y negro.

Fue directamente hasta la gran tina y dejó caer un diminuto chorro de agua templada, controlando las llaves del agua fría y caliente. Tras tantos años, le había encontrado el punto.

Inspiró antes de encararse ante el gran espejo que había sobre el lavabo, apoyando ambas manos sobre el frío mármol que fue calentándose conforme pasaban los segundos tras el primer contacto. Bajó la mirada y escupió en el lavabo, viendo como su pelo cubría toda su visión.

Accionó la manecilla del grifo del agua fría y un suave torrente se llevó los restos de su saliva y bilis templada hasta la alcantarilla. Cuando volvió a levantar la cara hacia el espejo comprobó que tenía la barbilla mojada: nadie le había enseñado a escupir nunca. Pasó su brazo para limpiarse y devolvió la mano a su lugar.

En un eterno bucle miraba el reflejo de ella misma en el ojo del reflejo de su reflejo, perdiéndose en la inmensidad ámbar de mil destellos.

Tell me where it hurts…

Desvió un segundo la mirada y allí estaban, dentro del jarro de cerámica, junto con el lápiz de ojos, el rímel y algún que otro pincel, aquellas tijeras plateadas y brillantes.

Dudó, pero pronto dejó de hacerlo. Con la boca entreabierta, tomó esas tijeras y las miró un poco de cerca. Esas bombillas sobre el espejo, como si fueran del más lujoso de los camerinos, provocaban miríadas de luces cuando incidían en la superficie metálica. Inevitablemente las abrió y cerró un par de veces deleitándose placenteramente en el característico sonido de las mismas. Chic, chic, chic…

No sonrió ni una vez.

Su mano, guiada por un intrínseco pensamiento, se deslizó hasta su pelo, hacia esos mechones que se interponían entre ella y la realidad y comenzó a cortarlos irregularmente, casi con rabia.

Pronto se incorporó del todo y ayudándose de la otra mano comenzó a tomar mechones con un frenesí inaudito en ella para cortarlos de modo violento, casi con rabia contenida. Una vez, y otra vez.

Tampoco lloró.

Sus cabellos, lisos y suaves, caían ligeros aquí y allá: suelo y lavabo, alfombrando ese cuarto de baño que tan frío le había parecido siempre.

Cuando no pudo contener dentro de sus puños más cabello, soltó las tijeras bruscamente. Éstas impactaron sobre el mármol blanco y se deslizaron, abiertas, hasta dar con el jarrito de cerámica que las solía contener.

Agachándose, abrió el armarito que había debajo del lavabo, y sacando de forma desordenada unas cuantas toallas y par de cajas de maquillaje tomó aquello que buscaba.

Era un estuche sencillo, con el cierre de velcro que abrió instantáneamente para extraer ese pequeño aparato. Hubo unos instantes en los que se detuvo con la maquinilla en la mano y el cable colgando para volver a fijarse en sus ojos en el espejo. Se odió a sí misma por ello.

Presta, llevó el cable hasta el enchufe habiendo colocado el cabezal del aparato previamente. Accionó el botón y todo sonido quedó ahogado en ese zumbido que lo invadió todo.

Muy lentamente lo acercó, disfrutando de cada milisegundo que se le concedía.

Era agradable.

El cabezal, con su particular rastrillo, acariciaba su cuero cabelludo mientras lo que quedaba de su melena desaparecía poco a poco, como los campos al final del verano…

Ese último mechón… Se permitió el placer de cerrar los ojos mientras desaparecía antes de acallar ese ruido y dejar la máquina sobre el banco de piedra. No se molestó en desenchufarlo.

Volvió a mirarse en el espejo, pero faltaba algo…

Inclinando la cabeza hacia su pecho, tomó con sus manos la camiseta y comenzó a levantarla. Hacía mucho tiempo que quitarse una camiseta, algo tan simple, no había sido tan diferente. Se sentía distinta, y eso le gustaba.

Le siguieron los pantalones, los calcetines, el sujetador y, por último, esas braguitas negras que tanto le gustaban. Dejó caer su ropa al suelo, sobre los restos de su pelo, que ante el impacto de las prendas se expandió por la estancia, hasta debajo del armarito, la taza y el bidé.

Aquel era el momento de verse a ella misma, tal y como era. Sus senos, turgentes y apretados, estaban con los poros apretados, al igual que el resto de su piel. Había tenido un escalofrío, y sabía que era momento de despegar sus pies del gélido suelo.

Caminó, con ese mismo movimientos de caderas inicial, hasta la bañera, y primero levantando la pierna derecha y luego la izquierda, comenzó a sentir el agua acariciando su pálida piel.

Sujetándose con ambas manos a los lados de la bacina comenzó a sentarse sobre el agua. Le cubría hasta los pechos, así que decidió que era suficiente.

Con un movimiento, hizo su cuerpo hacia adelante para poder dar con la llave del agua, cerrándola.


Ya no había ruido, sólo su respiración.

Poco a poco, fue recostándose y comprobando como su espalda iba tomando contacto con ese terreno acuático hasta que su cabeza quedó sumergida hasta las orejas.

Procuró respirar profundamente antes de hundirse en su particular piscina para cerrar los ojos bajo el agua y dejarse llevar, algo que no había hecho en mucho tiempo…


Ese agua era transparente.

14 de febrero de 2010

Ardor


            Hoy, seré breve.

 

¡Ay!, esos bombones y esas rosas de catastróficas consecuencias que ni el Almax puede aliviarlas en mi estómago.  

 

Gastar, gastar, gastar, gastar… y todo por ARDOR.

 



Para vosotros, mi corazón.


EDITO: A partir de ahora, por sugerencia, llamaré a San Valentín el Día Satánico de los Bombones del Hipercor. He dicho. 

13 de febrero de 2010

Alquiler de Libros



         A pesar de que soy partidario de comprar libros, tengo que decir que los libros prestados son especiales, y me gustan por eso. 

        Su olor… normalmente es diferente. Para empezar, no huele como un libro al que hace poco le quitaste el plástico, ya no apesta a imprenta… a veces incluso puedes intentar adivinar la marca del perfume de aquel último lector que lo tomó de la estantería antes que tú... Algunos de ellos comienzan a amarillear, ¿y qué? 

        Cuando lees un libro prestado haces cosas que nunca podrías hacer con tus libros. Encuentras manchas de chocolate, grasa, café o sangre y piensas cómo pudieron llegar hasta ahí. ¿Comía chocolate leyendo? ¿Bocadillos de atún? ¿Estudiante nocturno? ¿O alguien adicto a la epistaxis…? Instintivamente pasas el dedo por encima de la mancha, y si ésta se corre sobre alguna letra más puedes atribuirte parte del mérito de la misma. 

        Hay páginas dobladas, marcas y pequeñas notas a pie de página. Sigues el rastro, cual sabueso, de cuántos capítulos leyó seguidos tu antecesor y si utilizó bolígrafo o lápiz para poner unos números sin sentido o unas palabras que para ti no significan nada; y es precisamente eso lo que te reconcome. ¿Acaso no has perdido algunos minutos de tu vida intentando leer una frase aislada con una caligrafía cuanto menos peculiar y finalmente sólo aciertas a comprender una proporción de 2:10 palabras…?

        Ah, pero lo más especial viene ahora… 

       ¿Qué es esto?, te preguntas cuando al tomar el libro solo por una de las tapas se desliza suavemente un trocito de papel, que flota y sisea mientras cae en lo que parece una eternidad de volteretas y piruetas improvisadas. Cuando lo recoges y miras que tan solo es eso, un pedazo de papel, sonríes y lo vuelves a poner entre las hojas… porque no quieres privar de esa sonrisa al próximo que alquile ese libro…

11 de febrero de 2010

Aoi to midori [青と緑]




El vampiro sin rostro avanzaba sereno, portando vísceras y plata, unas en la diestra; la otra, en la siniestra.
El corredor se convirtió en escaleras, y pronto las escaleras de nuevo en corredor. Un alto techo, diáfano, el mismo techo que los había recibido, se alzaba ahora para honrar aquello que se traducía a Fe.

Cassandra le seguía los pasos, lentamente, con la misma solemnidad. El mármol relucía, aun con el lento goteo agua y sangre… Todo estaba vacío y los pasos retumbaban en la catedral.

Hasta en el más íntimo rincón de aquellas paredes, la piedra rezumaba sentimiento, un frío vapor nocturno que impregnaba de misticismo el ambiente y que creaba un suave vaho aquí y allá, entre las columnas más gruesas.

El Reverenciado esperaba. Una bandeja de latón estaba a los pies de su efigie, ese cráneo de prominentes colmillos con cada uno de los huesos craneales grabados. Antes de avanzar él, esperó a la vampiresa. Estaba condenadamente hermosa… el aroma que desprendía, a sangre, magia y bestia, era algo exaltador y profundamente excitante. Dejó vagar la mirada aquí y allá y se decidió a seguir caminando.

Cuando llegó al fondo de la gran nave se arrodilló y colocó la placenta y el cordón umbilical en la bandeja, pues esa era su misión: ser el depósito de la ofrenda. La carne se adaptó al metal y dejó fluir la poca sangre que contenía, rezumando.

Hincó una rodilla en el suelo y bajó la cabeza respetuosamente ante su Dios. Cerró los ojos un instante para abrirlos de nuevo, volteando la cabeza al compás que se acercaba Cassandra… y allí los vio, entre los pliegos de su ropa mojada…

…azul y verde…

Sonrió, tristemente, pero sonrió. Y en esa piel de escarcha, hizo mella un poder que trascendía a todo lo visible e invisible…

8 de febrero de 2010

Azaroso


Con la mirada perdida, su mano fue inconscientemente hacia esa hormiga que paseaba sobre la mesa.


Extendiendo un dedo presionó sobre ella, espachurrándola y sintiendo como quebraba su exoesqueleto quitinoso, desparramando la linfa de su sistema circulatorio y clavándose insensiblemente las quetas del azaroso animal en una superficial epidermis.


Resultó tan sencillo… Volvió a pasar el dedo y la mesa de nuevo estuvo blanca, impoluta. Aún con la mirada perdida, decidió limpiarse el dedo en su pantalón para seguir mirando al vacío.


¿De qué le ha servido la evolución a la hormiga? La endureció, le dio una coraza y una capacidad de fuerza de levantar varias veces su propio peso. Y bastó un dedo para hacerla trizas.


Que aúlle el viento y que el agua inunde valles en tierras lejanas.



Regnabo, Regno, Regnavi, Sum sine regno.


7 de febrero de 2010

A veces...


 

Y todas esas primaveras pueden esperar, tanto como sea necesario. Prefiero el invierno de mi miserable vida.

 

Nunca antes había borrado tantas veces una misma frase para volver a escribirla exactamente igual, letra por letra.

 

Gusanos… Por todas partes. Se retuercen ciegos, expandiendo y contrayendo sus anillos a un acompasado ritmo. No se mueven de su lugar, y ahí retozan en un estático movimiento que te inquieta segundo a segundo. Habitan la podredumbre.  

 

Porque la facultad de destruir nunca se pierde, sin embargo la de construir se olvida fácilmente.

 

A veces pienso, que fui Isabel II en otra vida. Y los pecados se pagan…

 

Aunque como dijo Paulo Coelho, "Ahogarse no es caerse al río, sino mantenerse sumergido en él".



2 de febrero de 2010

Acoso


 

Seré sutil: estoy hasta la polla de todos vosotros, puñeteros espíritus del teléfono.

 

Bien, que esté viviendo en lo que fue un orfanato, sanatorio y convento de curas salidos, pero eso es una cosa, y otra muy diferente que os dediquéis a tocarme la moral cuando estoy fácilmente excitable y con ganas de matar.

 

Que todo empezó con esto, perfecto, una noche tiene hasta gracia si me fuerzas, con eso de la hostia contra la mesita y el cachondeo. Pero como sigáis haciendo llamaditas, os juro que defenestro al teléfono y luego os meto en una botella u os ofrezco en sacrificio a todo el vulgo que habita entre estas paredes. 

 

He dicho.

1 de febrero de 2010

Anáfora


 

Todo se repite en un comienzo, infinitamente. Verso a verso.

 

Cuestiónatelo entonces.

 

El agua fue subiendo lentamente, apenas sin que te dieras cuenta. Pero cuando finalmente has querido ver que te ahogabas, ya te cubría por completo. Tu carne, hinchada y cada vez más morada te evidenciará todo esto si aún pretendes seguir errando en tu incredibilidad.

 

Estabas en craso error al pensar que un círculo se puede romper. Ouroboros. No entraré en cuestiones metafísicas, pero es momento en que pienses en lo trascendental de las cosas.

 

Odio ese círculo vicioso, quizás por ser un círculo o quizás por ese vicio intrínseco que se apodera de él. Pero sobre todo lo odio por los nombres que conlleva.

 

Ias tol i riw ben ethuil ir im u-genithon