27 de abril de 2010

Inerte


Existen días en los que te sientes volátil. En un punto álgido, algo que podría oscilar entre lo diáfano y lo desquiciante.


Y te expandes, como algo sin vida que se desparrama en su inconsciencia. Ha sido como en cada uno de tus sueños en los que aparecía el eco inmortal de un cascabel de latón.


Lento, que se arrastra milímetro a milímetro sin dejar rastro, como un fantasma que está ya demasiado cansado de custodiar con cadenas ese castillo abandonado.


Me recuerda tanto a esa sensación vertiginosa en la que eres incapaz de moverte, cuando tus ojos naufragan y son incapaces de enfocar tan siquiera ese callejón de almohadas en el que te pierdes en sueños difusos.


Un contexto de juegos de sombras occisas, que se empecinan en ondear tildando de un carácter opresivo un pecho con dificultades para respirar, un corazón maltrecho.


Cesa ya.

26 de abril de 2010

Inclusive


Te retuerces dentro de un monstruo de entrañas de barro, ahogándote.


Si te paras a pensarlo un instante, pocas veces te has parado a pensar sobre lo que piensas, inclusive si lo estás pensando ahora.


De no ser así, tranquilo, te otorgaré el título de sesgo estadístico, o bien outlier.


Olvidamos demasiadas cosas que son fáciles de recordar, y yo me inclino a creer que simplemente las olvidamos porque es mejor así. Olvidamos porque elegimos olvidar.


Desde luego que hay excusas. Pero es mucho más sencillo decir que te limitaste a olvidarlo. Las cosas importantes no las olvidarás, tenlo por seguro


Pequeños fragmentos de nosotros mismos vuelan en nuestro derredor, fingiendo no conocernos cuando les decimos un “hola, ¿qué tal?”, ingenuos e ignorantes. O crueles, también lo puedes mirar de ese modo.


Giran de forma imperceptible al ojo, hilvanados en hilos de un destino frágil. Tiras de un papel que ha sido doblado demasiadas veces y que ya no te aporta nada más que una superficie circunvolucionada de un blanco sobre el que no puedes escribir, de una pizarra que tuerce la mirada y huye de ti.


Gotas que forman es charco efímero que no llega a enternecer siquiera un poco el duro suelo, de piedra. Porque es agua, y no ácido.


Aunque no lo entiendas, sabes que esto incluye algo que me es muy valioso. Consérvalo o despedázalo, pero no te atrevas a regalárselo a nadie, porque no habrá entonces perdón que pueda sacarte de ese lugar en el que la carne chirría cuando se quema en lagos de sangre hirviendo.


Tu atrevimiento, por esta vez, me ha sorprendido. No volveré a bajar la guardia.

19 de abril de 2010

Irreal


¿Es esto real?


Cada retazo de sentido se evapora como una charca al sol tras un día en el que el cielo se encaprichó en derramar un suave llanto. Y te enamoras de ese baile de figuras invisibles que forman un corro a tu alrededor.


Los sueños penden en forma de presumidos capullos en los extremos de los brotes más tardíos, que explotan en pétalos de mil colores entre un punto verde de vida incipiente, volando con el viento, arremolinándose en formas extrañas en las que pierden su identidad.


Puede ser fragante, sólo si decides prestarte a ello, claro está.


No llegaría a definirlo como encanto, se trata de un ilusorio mesmerismo que te induce a creerlo como tal.


¿Sabes qué es lo peor de todo esto?


Debería dejarte descubrirlo por ti mismo, pero por una vez, te lo confesaré: te lo has creído. Casi todo.


Durante el tiempo en que todos ocultan su aliento... los capullos confunden una falsa primavera con una verdadera, y duran mucho tiempo.


Antes de darse cuenta, están congelados.

Inercia


Como un muñeco de trapo que ha decidido subir a un autobús sin cinturones y que con el vaivén deja libres sus miembros, inclinando de manera antinatural su inexistente columna hasta dejar una cabeza de sonrisa lela entre la zona en la que deberían estar sus rodillas en esas piernas sin articulaciones.


Que con cada curva, se desliza un poco más hacia el asiento vacío de su acompañante hasta que finalmente, con un frenazo, cae de bruces en un pasillo que nadie se molesta en limpiar, ante una mirada vacía mientras el muñeco se desternilla de en su silenciosa risa, ajeno al tiempo.


Ese movimiento que nunca acaba, que hace que tu mano tiemble aunque sentiste la punzada en el segmento intermedio de tu espalda y que te deja con una sensación que jamás terminará de completarte, que te hace sentir como un eslabón final de la cadena, que sólo tiene a otro al que asirse y que está condenado a soportar más responsabilidad que ningún otro, porque simplemente le ha tocado a él.


Trastabillas y caes.


Y cuando intentas levantarte, aún queda esa sensación de descomposición en ti, como si mismamente hubieras sido sacudido por un impulso de la magnitud de un dios.


Cuando todos han parado, tú sigues, al menos unos pasos más.


La diferencia está en que muchas veces no has sido tú quien ha movido esas piernas ni el que ha elegido cuándo detenerse.


¿Es malo sentirse un muñeco? Te puedes dejar llevar, al fin y al cabo…

18 de abril de 2010

Imagina


Le encantaba aquel sillón. Quizás fuera lo único que la motivaba para ir cada día a ese despacho a trabajar.


Aquella sensación cuando depositaba sus posaderas sobre el cuero negro y el aire entre la tela sintética y el cojín mullido se escabullía era agradable, algo así como el cepillarte los dientes cada mañana.


Había silencio al respecto.


Ni tan siquiera él le había comentado nada, ni una sola palabra. Y eso, increíblemente, la llevaba a dibujar unas discretas arrugas entre las comisuras de sus labios, en ese acto que algunos llaman sonreír.


No era un día soleado, estaría allí metida hasta tarde y probablemente, esa comida que llevaba metida en un triste tupper de plástico se reblandecería, quedando la jugosa carne con una textura similar al chicle y con demasiado jugo.


Miró de soslayo su mesa mientras se acariciaba instintivamente la cabeza, donde antes caía un mechón fugitivo. Jamás había probado la suavidad de sus manos ahí, y ese pequeño placer era algo que su jefe tampoco le podía prohibir.


Orden, como siempre.


La superficie pulida de contrachapado, pues las maderas nobles no parecían tener cabida en empresas como aquella, estaba limpia, con un lapicero en el que codo a codo se apoyaban una pluma y un portaminas, ambos de un tono verde cobrizo con una filigrana plateada. A su lado, una increíble montaña de papeles.


Parecía que hacía meses que no había leído una sola línea cuando comenzó con el primer formulario, pero entonces usó esa capacidad suya para activar el play de su reproductor de música cerebral para proseguir con su mecánica labor empresarial, esa por la cual una vez al mes veía unos cuántos números más en un papel que llaman libreta bancaria.


No era todo lo que se podía soñar, pero lo sería. Ya lo creo.


Aquella mañana gris, el edificio de enfrente, de ventanas espejo, parecía querer demostrarle que las nubes pueden fundirse con la piedra y el metal, acariciando con dedos de terciopelo una mirada perdida que no olvida aquello que escribió una vez.


Deberían remunerar lo que es imaginar eso, porque muy pocos pueden hacerlo o bien están cualificados para ello.


15 de abril de 2010

Idealismo


Nunca has dejado de romperte en piezas de cantos afilados, como los del jarrón que decide que ha llegado su hora de caer de la mesa, mismamente como si fuera un pomelo maduro que prefiere podrirse en el suelo a hacerlo en el árbol.


Eres de esa clase de personas que sólo lee la primera página de los periódicos, del que mira los escaparates cuando pasa por delante del reluciente cristal, incluso de ese tipo que se empeña en esperar la luz verde en los pasos para peatones.


Quien cierra el ojo cuando un dedo se aproxima, intentando aplastar tu córnea con su yema.


El que siente calor en las manos después de introducirlas en un pozo de agua fría como un témpano de hielo y poco a poco comienza a notar como se cuartea tu piel, agrietándose. Y puedes imaginar el sonido de una hoja de arce ardiendo, arrugándose sobre sí misma con un crujido para finalmente volatilizarse con un chisporroteo.


Lamentarte.


Vivimos un mundo en el que tenemos que sonreír cuando vemos fuegos artificiales en una noche de verano. Levantar la cabeza por algo así, cuando la mayoría de las veces ni nos paramos a pesar que hay por encima de nuestro ombligo.


Lo siento, de veras que lo siento.

13 de abril de 2010

Inevitable


Tu dedo se aferra al gatillo suavemente, como si le acariciara mientras suena una canción de notas tan ligeras que hasta la más suave brisa la puede volatilizar en el declive de un día que acaba.


Respiras profundamente y al compás que marca tu propio cuerpo para expulsar el aire esa bala barre el espacio entre tú y él, haciendo que cuando ves el orificio antinatural en su pecho comiences a reír: porque lo has conseguido.


Desquiciante. Te retuerces sobre ti mismo en unos segundos en los que mientras ríes desearías llorar. Segundos en los que todos esos sentimientos se agolpan de tal manera que eres incapaz de apreciar ninguno. Se mezclan, luchan, se difuminan en una confusión que al cabo de unos instantes te reporta una inusitada paz…


Cuando vuelves a respirar con normalidad, esa bruma roja que enturbiaba tu mente hasta pocos minutos atrás desaparece como si se alzara el telón del teatro en el que las actuaciones están vedadas por actores mudos. Sostienes el arma con firmeza y disparas no una sino dos veces más, sólo por si acaso, aunque quizás también por esa satisfacción que cada uno de tus músculos reclamaba desde que la adrenalina inundó tu cuerpo.


Ahora sí has sentido el retroceso. ¿Por qué no en el primer disparo?


Todo ha sido tan formal… tan limpio y profesional… Ni la sangre te ha salpicado. Pero eso es lo que querías, ¿no? Aunque en cualquier momento podrías sacar esa navaja que tú y yo sabemos que escondes bajo la chaqueta, extrayéndola de su funda de agrietado cuero marrón y abriéndole en canal, introduciendo tus manos entres sus vísceras aún calientes y palpitantes para sentir cómo se extingue mientras los ecos de la risa regresan…


Llegará, llegará ese día.


El tiempo pasa y no he dejado de creer en ello, por mucho que arrancara hojas y hojas de un libro de símbolos y palabras inconexas que ahora cobra mucho más sentido.


El recuerdo perdura, como ese agujero de bala de cadáver que ya no grita.


No pienses en esto como un crimen. Tampoco tengas reparos en la sangre. No sufrirá, al menos no tanto como debiera.


La venganza… es inevitable.



8 de abril de 2010

IRA

Sé que ha habido Ira antes aquí. Pero ésta es con MAYÚSCULAS.


Me encantaría escuchar cómo se astilla el cráneo de alguien a martillazos, un alguien que tiene nombre, ambiciones y prepotencia y un título de docente regalado en tómbola.


Se dice el pecado, y no el pecador, pero os aseguro que yo pregonaría su nombre a los cuatro vientos sujetando su cabeza como la de la Gorgona en manos de Perseo. Aunque sus serpientes están en la lengua…


Qué poco profesional eres.

NO TE JODE. Ahora tienes derecho a llamármelo. ¡Ahora!


Hoy no hay lírica ni sutilidad que evite que si no escribo esto implosione en mí mismo de forma que cree un agujero negro que abata cuanto se encuentra a mi alrededor.


De hecho, coincidirás conmigo en que precisamente las materias que peor se nos dan son las que nos quitan proporcionalmente más tiempo, ya que hemos de dedicarle más horas para lograr el mismo nivel de conocimientos o habilidades que los obtenidos en otras asignaturas que nos resultan más sencillas. No creo que éste sea el caso, pero te lo comento para que pienses en tu argumento.

Sí, te cito, y fíjate. ¡Si no he puesto referencias bibliográficas!


¡Oh! Ya lo creo que he pensado el argumento. Ni lo dudes por un momento.


Te odio. Te odio. Te odio. Te odio. Te odio. Te odio tanto, que si el odio fuera agua, ahora mismo esa porción de tierra emergida que hay en este planeta dejaría de estarlo.


He intentado ser tolerante, creer que no me llamabas imbécil, creer que no me llamabas pueril y que intentabas transmitir eso que te atreves a afirmar que son valores indispensables.


Necio.


Hay formas y formas, pero tú las has roto todas y de no ser porque yo aún las guardo, desearía que el hielo de la Antártida se derritiera y que tu coche no se hubiera limitado a quedarse en ese arcén tras tu fabuloso giro de 180º que predicas.


Porque llega un momento, en el que me pondría a aporrear el teclado porque no encuentro las palabras.


Pu** prepotente de mier**.


Mereces que practiquen el Medievo con tu orto, con un palo de escoba de madera sin lijar.


Hoy no habrá imagen, aunque en la definición de gilipollas del diccionario tendría que estar tu foto.


Siento la excepción de hoy, y es probable que la borre en poco tiempo, pero paso de hacer hipótesis nulas y alternativas. Dad gracias que no tengo ni pistola ni balas a mano, porque El Espinar se le quedaba corto para correr…