31 de agosto de 2010

Autumn


El viento que sofoca lo que arde arrastra las primeras hojas de muchas que vendrán pronto, amontonándolas impasiblemente en un rincón que aún no ha sido barrido.


Ha llegado el momento de las frutas prohibidas, y de que los árboles cambien los susurros por crujidos y chasqueos.


Es tiempo de cambios, inherentes e interminables, cambios monótonos al fin y al cabo, tan redundantes como las estaciones.


Summer’s end…

30 de agosto de 2010

Absolución

Es complicado perdonar, ¿sabes? Pero es aún más complicado cuando eres tú quien lo hace difícil.


No se trata de guardar rencor y palabras afiladas como si se tratara de una colección de sellos raros y valiosísimos; una estúpida trifulca de superación y aún más importante, de humillación.


Lleva mucho pero que mucho tiempo llegar a demostrar una hipótesis, pero lo que no entiendes es que a veces el reto es plantearla inicialmente. ¿Y fue tu culpa o la mía?


He decidido no perdonarte. Ni tampoco yo espero perdón; es más, no lo necesito aunque he estado a punto de creer que sí.


Para ti, caprichosa criatura, no existe la absolución. Espero que cuando llegues, el infierno se haya enfriado al menos un poco.


29 de agosto de 2010

Atenuados


Dispersas, escupidas sobre la monotonía, las sombras tienen quehaceres occisos y enrevesados. Juegan a un tira y afloja que sólo puedes observar durante el silencio.

El paisaje se desplaza pesadamente, y el escenario es reacio a cambiar con los kilómetros acariciados sobre el abrasador asfalto.


Y lo que esperarías encontrar espléndido te inflige una terrible decepción, una sensación que rebasa lo decrépito: pues han cambiado. Son tan diferentes ahora que han cambiado sus galas por pétalos caídos y tallos marchitos, y hojas que se convierten en polvo del tiempo al viento; un viento que se pasea como un insólito visitante entre ellos arrancando notas trémulas de un góspel olvidado, una diminuta melodía de la más grande de las sinfonías, algo que el ruido del motor hace insignificante.


Sus días de gloria han cesado: ya no adoran al Astro Rey. Y aparentan arrepentidos, atenuados, agotados, exhaustos… Incuban su fruto como una enfermedad virulenta, frutos cada vez más gruesos y pesados, en su rostro de tonos ocres y marrones.



¿Alzar cabeza?, no… Ya no intentan perseguir lo inalcanzable.


¿Cómo pueden siquiera haber llegado a existir? En ese mar de grietas y terrones de arcilla roja parece que la tierra arada agoniza por unas gotas de agua.


Su peculiar matadero portátil acelerará el proceso, cosechándolos cuando termine con la parcela vecina, donde las raíces brotan enfermas, como peces que se han cansado de nadar.


Resultáis tan decadentes durante vuestra última exhalación… Pero nadie echará de menos vuestro aroma, ese del que siempre habéis carecido.


25 de agosto de 2010

Ausente





En ocasiones, estar ausente puede llegar a ser maravilloso.

8 de agosto de 2010

Agonizar



Intermitentemente pulsante, el latido en su pecho amenazaba con pararse en cualquier momento, como ese motor de barco que a trompicones lucha contra las olas cuando comienza a faltarle la gasolina.


Todo aquello era mucho más intrincado de lo que decían, mucho más allá de la banal jerga que el doctor se había empeñado en usar constantemente para referirse a su problemática enfermedad.


Detrás de aquel humano, había una persona.



Alguien complejo con sus más y sus menos, pero algo más que un entresijo de tejidos perecederos.


Esa maraña de tubos era un estorbo para sus propósitos, escritos cuando todo aquello había sido imprevisible, cuando no cabía la posibilidad de que pasara.


Pero su piel aún desprendía ese cotidiano calor, y aunque fuera levemente, su pecho aún se levantaba bajo aquella bata barata promovida por gobiernos con bajos presupuestos. Había ojos que le miraban, miradas de desconocidos principalmente que se paseaban por la habitación varias veces al día para fruncir el ceño mientras anotaban cuestiones superiores en sus libretas, pero ella no se apartaría de su lado hasta que su voluntad no se viera cumplida al cien por cien.


Debía verlo, hasta el final. Sin importar el qué.


Lo notaba, a cada día que pasaba. Podía decirse que sentía a la arena del reloj escurrirse por su espalda, arañándola con su sílice de cantos afilados. Había momentos de desesperación en los que sus manos, nerviosas e inconscientes, frotaban sus sienes con demasiado compulsivamente. Y esa pierna traqueteaba talón suelo, talón suelo…


No hablaban. No era necesario. Habían tenido una vida para hablarse, y si durante toda esa vida no se habían dicho nada, aquellos últimos momentos no solucionarían nada.


Cuando torcía su cabeza hacia la derecha, ver ese recuadro de doble cristal incrustado en la pared no le decía nada. Era simplemente una ventana de hospital, una más de las cien o mil o quién sabe cuántas pudiera haber en la idílica fachada.



Al menos tenía tiempo, le habían dado un respiro en el trabajo para cuidar de su padre. Ella lo había rechazado al principio, pero lo reconsideró cuando recibió aquella carta, con aquellas palabras…


No parecías tú, papá…


Se recordaba a ella misma, con las manos temblorosas sujetando la carta y un encendedor, pero finalmente había decidido conservarla, sólo por si acaso… Y allí estaba.


El sonido de la respiración a través de una mascarilla de oxígeno es difuso y demasiado ruidoso, pero cada lugar tiene sus sonidos… y sus olores… Y ella detestaba profusamente el olor de la comida que servían allí.


El respaldo de la silla le estaba matando. Apoyó la cabeza contra la pared quizás demasiado violentamente y a tientas extrajo del bolso una bolsa de galletas con fibra. Sacó una y comenzó a mordisquearla sin ganas, desplegando un contingente de migas y pequeños trozos de cereales no suficientemente machados por el jersey completamente negro que llevaba usando ya tres días.


Lo daría todo por un baño. Bueno, todo no, pero sí una suma suficientemente importante.


Cuándo te darás cuenta…


Cerró los ojos e instintivamente se llevó la mano con la que no sujetaba la bolsa de galletas a la cabeza, acariciando cada uno de los incipientes pelos que sobresalían sobre su cuero cabelludo.


Yo he cumplido mi promesa, susurró a su padre, aunque sólo recibió por respuesta el pitido de sus constantes vitales provenientes de una máquina, siempre constantes…


3 de agosto de 2010

Amparo


Te persigo, mi recóndito refugio.


El mundo explota, estalla en mil fragmentos de cristal que chocan contra ti y se clavan, como si fueran dientes de una criatura que no ha comido en mucho tiempo.


Como si tu silencio y pasividad fueran resortes imaginarios, has ido a parar a un campo de minas a la fuerza, haciéndolas saltar por doquier.


Por eso te busco, y no te encuentro.




Habitas en la casa de los gritos, donde los modales se tornan en disparos a matar y en flechas a diestro y siniestro. Donde el diálogo es inaudito y la paz, un mito.


Esos largos minutos hasta que el coche se ha perdido calle arriba, hasta que la farola solitaria te indica que ya no hay nadie cerca… y entonces puedes cerrar los ojos unos momentos e inspirar sin miedo a inhalar gas.


Mi extraño analgésico…


Aunque no hay nada que hacer, el amparo se va apagando poco a poco cuando las llaves vuelven a sonar en la puerta.


1 de agosto de 2010

Atroz


Usualmente, la mayoría de nosotros no nos damos cuenta de ese estanque de atrocidades en el que vivimos y llevamos por consiguiente todas nuestras actividades fisiológicas y necesidades hoy por hoy relevantes.


Pero hay, entre esa masa de desdichados, calaña de lo peor, seres destinados a hacer el mal, que de darse a conocer, serían repudiados por todos, y creedme, se arrastran por las más lujosas alcantarillas que podáis imaginar.


Pintarrajean sus caras, sin más fin que el de parecer alguien decente, alguien normal, y no entiende que ni el más selecto de los perfumes puede bloquear la pestilencia que emana por cada uno de sus poros.


El mundo no ha dejado de girar ante sus existencias, por muchas películas de terror que puedan escribirse sobre ello: porque merecen ser tratados como objeto, y no como humanos.


Han alienado muchos ámbitos, transformándolos con su peculiar enfoque para que todo quede más difuso y diluido, para que las sensaciones de choque se evaporen y sigamos sonriéndoles, porque necesitan de nuestra felicidad para obtener la suya, arrebatándonosla y si pueden, y recalco: si pueden, claro está.


Sois atroces, engendros, y la inquisición os habría guardado unos buenos maderos de haber llamado con antelación para venir a cenar.