26 de agosto de 2011



Y aunque me gustaría poder decir que me enamoré de ti simplemente porque el cielo cambió de gris a azul, no fue así. Revivir una historia conlleva leer cartas y abrir cajas; volver a casa y tomar un café. Por eso nunca me atrevo a apuntar en mi agenda todas las actividades un mismo día.

Me negaré a desandar el camino, así que no insistas. Sería como gritar a una mariposa que no vuele mar adentro, porque sabes que sus alas se pararán para finalmente caer y naufragar.


No, no te pude perdonar. Y no me preguntes por qué, porque simplemente no pude.



Pero ya no es algo que me atormente. Simplemente igual que no te perdoné, tampoco te olvidé.



21 de agosto de 2011

Cuestión de kilómetros


Corremos cuando somos jóvenes, y cuando somos viejos aún más. La segunda vez que ocurre es porque ya hemos pasado por la primera, y sabemos que es necesario si queremos hacer todo lo que queremos hacer. O al menos eso quería pensar.


Él había dejado de correr. Sólo caminaba deprisa como quien dice en el camino de la vida; aunque aún no comprendía por qué.


Las manos le sudaban sobre el volante desde que había salido de casa, y los gritos de sus padres, gente acelerada, aún resonaban por su cabeza. No era nada extraño.


No estaba enfadado, aunque tampoco era para quedarse impertérrito. Le habían echado de casa, era así de simple. No con un “vete” o “recoge tus cosas”, pero sabía que de aquel modo no podía seguir viviendo junto a aquellas personas. No si quería seguir siendo quien era.


¿Hacia dónde iba? No lo sabía, pero no le preocupaba. La mayoría de nosotros vivimos sin planear lo que vamos a vivir. No sabemos si sufriremos un infarto una noche de sueño plácido, o si bajando unas escaleras tendremos el tropezón fatal. Por eso no nos concienciamos en planificar cada rumbo, cada dirección y cada sentido. Con enderezar las cosas torcidas un poco nos sentimos satisfechos.


Cuando se reencontró allí sentado, inesperadamente, se dio cuenta de que la radio estaba puesta, cosa en la que no había reparado los doscientos kilómetros que llevaba a la espalda. ¿Cómo había pasado inadvertida?


La apagó. Y su mirada se endureció.


Aquella oscuridad, adherida a la interminable carretera, le recordaba a episodios oscuros de su vida, una sensación similar a la de una camiseta mojada sobre el pecho: oprimiendo… demasiado pesada como para quitarla y demasiado pegada como para no perder algo de ti al separarte de ella.


Pronto comenzaron las curvas, y las luces del coche se reflejaban de forma intensa frente a las paredes verticales de tierra revestida con redes de aluminio. Se reflejaban hasta que desaparecían en el tramo final, vertiendo su luz a una oscuridad que la devoraba como si le fuera la vida en ello: el vacío.


Subía, ascendía metro a metro, a una velocidad inferior a la que habría deseado, pero pronto llegaría al puerto. Y cuando lo alcanzara, simplemente se limitaría a bajar inútilmente la pendiente que aquella maldita carretera secundaria le había obligado a subir.


Apenas sin darse cuenta, la pendiente desapareció y sufrió la irresistible tentación de levantar el pie del acelerador.


Ante él, un parador con zona de parking le abría una ventana a la civilización representada por un mar de luces parpadeantes que oscilaban entre el blanco y los colores más llamativos posibles.


Detuvo el motor y cuando sintió vibrar la estructura metálica del vehículo a través de la llave de arranque, un escalofrío lo sacudió.


Salió y un aire revitalizante le impactó en la cara, como una palmada que le invitaba a despertar sus sentidos.


No podía apartar la mirada del horizonte, donde la civilización amenazaba a todo lo demás. Casi con jactancia, como un “aquí estoy, ¿me ves?”.


Sonrió tristemente ante este pensamiento, y entonces alzó la vista…


Todas eran iguales, pero a la vez no lo eran: las estrellas. De un color pálido y uniforme, tendían brazos invisibles con un encanto sobrenatural. Fue tal, que a los pocos segundos una estrella fugaz se cruzó en su campo de visión y para cuando quiso, su oportunidad de pedir un deseo se había esfumado.


Decidió darles una segunda oportunidad, una segunda oportunidad que no habría existido, si no hubiera recorrido esos kilómetros de más…


Queda decir que lo que más le preocupaba de esa segunda estrella, era no formular el deseo de la forma más adecuada, se lo concediera quien se lo concediera…

15 de agosto de 2011

Crónicas de una plebe enardecida


Curiosa, la etología del vulgo. No obstante hablo sin pretensiones, y en esta ocasión ni como ajeno al colectivo. Son (somos) del vulgo con todas las de la ley.


No sé si para bien o para mal, he sido uno más en la masa estos últimos días. Codo con codo con otros seres humanos sudorosos en fila, esperando por una meta común que implicaba la activación de distintos mecanismos fisiológicos de defensa: así de masoquistas somos. Y no nos vamos a engañar, eso de hacer cola es algo que ni me gusta, ni estoy acostumbrado.


Ver las caras de los congéneres no tiene precio… ¿Quién iba a pagar por semejante patraña?


Un servidor se pregunta qué hay detrás de esa jovencita de camiseta horrible, o qué puede ocultar el chico sin camiseta al que todas sus amigas toquetean mientras presume de músculos entre risas coquetas.


Y hormonas, hormonas everywhere. Jóvenes acaramelados sin pelo en la entrepierna que ríen cada vez que sale la palabra teta en la conversación.


¿Qué les ha llevado ahí, a ese lugar, y qué historia ocultan detrás de una sonrisa? La mayoría de sus caras no cuentan esa historia, precisamente por eso no pagaría por verlas. Prefiero inventar, o atreverme a elucubrar cosas. Simplemente por diversión.


Pensar en el ser humano como ser humano, aunque suene absurdo, me resulta complicado cuanto más recapacito sobre ello. Estoy intentando medir mis palabras, pero la sensación que me llena cuando valoro los pros y los contras de nuestra raza gregaria es a partes iguales placentera que vomitiva.


Pero si algo me ha quedado claro de todo esto, es que la plebe está orgullosa de ser plebe, y se comportará como tal.