24 de diciembre de 2012

De nubes va la cosa



Mi táctica es callar y observarte. Ver cómo mueves la boca y cómo escupes tu vacío. Escuchar con educación el ruido que emites para al final, sonreírte y despedirme con amabilidad. Dedicándote un piropo. Y es que aún así te diré que te quiero. 





Porque nunca llegaste a cambiar en el país de donde vengo. El país del cúmulonimbo. 

22 de diciembre de 2012

En el exterior




Pensabas que ya no podías perderte en estos días... Y sin embargo, puedes.

23 de octubre de 2012

El Código se ha roto




Todos hacemos cosas para sentirnos humanos. Y lo peor es que nos lo creemos. No porque eso signifique que no lo somos, sino porque hay cosas que parece que necesitemos recordar constantemente. La carencia de una constante rúbrica de nuestra identidad, un fuego que arda bajo la lluvia.


No hay leyes para esto. Los hay que disfrutan del momento en un indefinible e hipócrita carpe diem. También están quienes no necesitan justificación se limitan a existir. Luego, he visto a los que tienen que oír en boca de otros sus propios calificativos para poder definirse y clasificarse. Y por último, estamos los escépticos.


Nadie es culpable hasta que se demuestra lo contrario. Y aún así me reafirmo en que la suposición de humanidad es una base empírica que está temblando hasta el punto de resquebrajarse. Somos monstruos con caretas que jugamos a ser humanos. El Código que nos fue dado se está convirtiendo en cenizas, y ha sido por ese fuego hidrofílico.


Nunca hemos sido lo que hemos pretendido ser. Intentadlo, pero no giréis la cara a la verdad, u os veréis ahogados en vuestra negación.


Somos seres despreciables y egoístas, y es hora de sufrir las consecuencias. Hoy no estoy a la tremenda, estoy escribiendo unas líneas acorde a nuestro tiempo. Estoy escribiendo lo que no queréis leer.


Hoy he sonreído cuando debería haber disparado. Y todo lo que he recibido ha sido discordia. ¿Cómo vamos a ser fuertes si el peor mal que tenemos lo engendramos en nuestro seno?


¿Cuándo renunciamos a la felicidad? Porque fue entonces cuando renunciamos a convertirnos en seres humanos. No espero ya nada de vosotros, monstruos. El siguiente paso es disparar y después, preguntar. 


17 de octubre de 2012

Be brave


Y yo, nunca desoiría el consejo de un caracol. 

Si el coraje ha sido un invento de los padres, entonces que me dejen seguir soñando que soy un niño. Que no he crecido. Que no tengo necesidades de adulto y que aún no entiendo cómo funciona el mundo. Porque lo maravilloso de la ignorancia se pierde cuando necesitamos coraje. Y lo necesitamos, porque el coraje se inventó para reinventar el miedo. 

El miedo es, efectivamente, otro invento. Algo oscuro y pasajero, herramienta de los que proclaman el dominio bajo las malas artes. El miedo es una semilla creada en un laboratorio con una ingeniería demasiado perfecta. 

Ha arraigado demasiado profundo. 

Los corazones de las personas se han convertido en bosques de zarzas y espinos donde crecen bayas que rezuman miedo. Como todo a todo fruto silvestre, ha llegado el tiempo de recolección en otoño. Y esta vez, nadie querrá llevar la cesta...

Necesitamos el coraje más que nunca, pero encontrarlo será difícil. Me estoy dando cuenta de que la gente aún no es del todo consciente, pero una parte de nuestro instinto nos sigue gritando. Nos dice que tengamos alerta, que algo se avecina, que los sueños no mienten... 

Crea estados bajíos, tensión y un áurea que incita a la agresión. La destemplanza se ha desplazado entre nosotros, y seguirá hurgando hasta crear el caos al que tendemos por naturaleza. 

Esto solo ha hecho que empezar. Reunid fuerzas, todos las necesitaremos. Pero seremos valientes

9 de octubre de 2012

Somos frágiles



Como esa flor que se dio un baño en nitrógeno líquido y que con un soplido asistirá al final de su existencia integral. Nosotros somos frágiles como el cristal.


Brillamos y somos hermosos. De colores, o ahumados en colores oscuros para ocultar nuestro contenido. Pero seguimos siendo de la misma pasta de silicio fundida.


Somos frágiles, y cuando nos rompemos, también cortamos. 




4 de octubre de 2012

Déjalo


Sus ojos no podían mentir, por mucho que su boca fuera de opinión contraria. Aunque tenue, el brillo en sus ojos suplicaba una salvación. En el fondo necesitaba aquello que llaman consuelo, las lágrimas para limpiar el polvo de unas córneas que han visto derrumbarse tantas cosas. 







Sus ojos no podían mentir, aunque lo suyo fuera actuar. Al final todo se limitaba a leer su línea en un guión trajinado por manos sudorosas, manos manchadas... Las manos del que hace porque debe, no porque puede. O quizás porque escribe las palabras de su Pepito Grillo dictador. 



Esos ojos hay que dejarlos. Porque los hay que no tienen salvación. Y la piedad no es una herramienta compatible con estas razones inexplicables del alma atormentada. 


2 de octubre de 2012

Risas en la oscuridad


Cuando la abrazó pensó que no la soltaría nunca, que se quedaría allí a pesar de que sus pies desnudos se enfriaran más y más a cada minuto. Y a pesar de que sabía que no le veía el rostro, no dejó de sonreír.

No era una sonrisa particularmente bonita. ¿Cómo de bonita puede ser una mueca en la que enseñamos los dientes?, armas que nos fueron dadas inicialmente para matar, amenazar, comer... Sin embargo, tomamos a la sonrisa como algo bueno. Una dote de amabilidad.

Pero ella no vería ese regalo, con los ojos al menos. Porque hay sonrisas que se sienten. Especialmente en los días en los que las palabras se convierten en frágiles conspiraciones de cama, y los secretos engendran risas en la oscuridad.

Y es en esos momentos, cuando la oscuridad nos basta.















La oscuridad.



26 de septiembre de 2012

Bruto




Me llamaron bruto, aunque no me lo creí del todo. No obstante, me dieron ganas de invitarla a una copa, contarle un chiste fácil y demostrarle la brutalidad que he aprendido en los libros. Conquistarla como está de moda: con vulgaridad. Porque a mí me gusta ser vulgar como a cualquier otro. Empotrarla contra un coche, hacerle saber que soy un hombre y luego susurrarle al oído que me lo había pedido a gritos.


Y me contuve, porque vivo conteniéndome. Preferí sonreír y darle la razón. Notaba la sangre en cada una de mis extremidades, en cada apéndice palpitante. Latiendo la vida que tengo y que no muestro. Que no demuestro.


Pero eso no significa que no esté vivo. No significa que no sea bruto. Ni que sea vulgar. Porque si soy algo, soy muchas cosas. Lo que quiero decir es que soy pero no soy nada de eso enteramente. Si soy bruto, es porque he sido sutil. Y si te he dicho una vulgaridad es porque entiendo de ser refinado. Si sé lo que es la vida, es precisamente porque he experimentado la muerte…


Soy lo que soy por lo que he vivido y lo que he evitado vivir. Si esperas de mí algo más, has ido al lugar equivocado. Si esperabas de mí algo esperable, es porque quizás has dejado de vivir a mi lado demasiadas lecciones hoy aprendidas.  






20 de septiembre de 2012

Sangre para las amapolas



Hoy soñé contigo, pero no sé si soñé porque hay que soñar en algo o porque te buscaba en un anhelo olvidado.  


La sangre busca a la sangre, y a veces necesito perseguirte solo para recordar por qué no te tengo.


Y cuando comprendo que no te tengo, dejo que la razón venza al corazón en la batalla por el control de una guerra perdida.  




24 de junio de 2012

Orgullo


En general, el orgullo está al final de todos los grandes errores. Steven H. Coogler. 





23 de junio de 2012

Ya no hay espejos...



Hay días en los que nuestro pasajero oscuro nos habla sin mirar a través del espejo retrovisor. Se gira y nos mira directamente a los ojos, desde el volante.




Es entonces cuando comienza a mover los labios, y sentimos miedo porque ya no es un reflejo la barrera que nos separa. Está ahí, delante, al alcance de nuestra mano. Sujetando el volante de nuestra vida, y aún no sabemos muy bien cuando somos o no parte de ese pasajero oscuro.


Solo podemos saber algo de nuestro pasajero oscuro: puede ser un mentiroso, pero en su esencia jamás nos mentirá a nosotros. Porque en la verdad, aunque haya dolor, nuestro pasajero encuentra su regocijo. 

31 de mayo de 2012

Susurros



Es una ley universal que todo acontecimiento narrado en susurros siempre es verdad.


El ser humano grita por naturaleza. Tenemos la necesidad de hacernos oír sobre el estruendo, de hacer que nos oigan y sobre todo, de oírnos a nosotros mismos. Tanto, que a veces la necesidad se convierte en ansiedad en muchos.


Nuestra voz es una herramienta preciada, y bien utilizada, puede ser una terrible arma. Una voz dirige ejércitos, da órdenes, y causa dolor; un dolor que fácilmente se puede volver en nuestra contra. Porque la voz es el único veneno para el que no hay antídoto.


Pero qué hay de cuando hablamos bajito.


Paraos a pensar. ¿En qué ocasiones susurráis?


Cuando susurramos es porque apreciamos el silencio. Porque sentimos respeto. Por el valor de la información que vamos a transmitir. O porque lo que vamos a decir es un secreto. Susurramos cuando no nos quedan fuerzas, y en un último aliento, decimos lo que nos queda por decir.


Hablamos bajo entre amigos, porque el que quiera escuchar escuchará.


En un susurro encontramos lágrimas. En un susurro encontramos oscuridad, la oscuridad de estar a solas y temer no ser escuchado porque las palabras podrían perderse. Esa sensación en la que las palabras salen con lentitud, arrastradas por un débil hilo de seda que podría romperse con tantísima facilidad… Un tira y afloja en el que el final de una sentencia parece querer truncarse ante la duda. El y si lo que decimos debe ser dicho.


Susurramos porque dudamos. Susurramos porque lo que decimos no puede ser dicho en voz alto. Un susurro puede contener las más atroces palabras; también las más hermosas.


Cuando no conocemos una canción, la susurramos. Inconscientemente. No porque nos dé vergüenza cantar, sino porque los susurros vienen del corazón.


Mis susurros son susurros de susurros. Citas perdidas en las páginas de un diario que toca fin y donde se contó lo que fue dicho en susurros, para que nunca más fuera dicho.


Si confesamos, lo hacemos en susurros. Y si nos arrepentimos también. Caemos en el error de querer ser recordados por lo que gritamos cuando yo quiero que se me recuerde por lo que no grité, y me limité a susurrar.


Ya os lo he dicho otras veces. Si tenéis que escucharme alguna vez, hacedlo cuando hable bajito, porque entonces lo que diga será merecedor de ser escuchado…


Susurrar es el arte que va más allá de no alzar la voz. 

27 de mayo de 2012

De milagros




¿Crees en los milagros?, susurró en la oscuridad polar del callejón.


Un hilo de sangre le caía por la comisura de la boca y sentía un fuerte dolor en el pecho, justo donde había recibido el impacto de aquel puñetazo. Se había mordido los labios.


Su respiración se mantenía constante y serena en contraste con la agitación que lo invadía en su interior. Era la primera vez que se peleaba, su primera pelea real, y el sabor salado de la sangre en su boca nunca había sido tan real en sus oscuros pensamientos. Tan oscuros como aquel callejón.


Os lo diré de otro modo. ¿Sabéis lo que es la adrenalina?


Cualquiera habría tomado al chico por estúpido, o simplemente por loco, pero la mirada de determinación amedrentaba a aquel sucio delincuente que había ido a dar con la persona equivocada en el momento de su vida equivocado.


Dame lo que llevas encima, y no saldrás peor de lo que estás.


No, definitivamente aquello no se trataba de una negociación, sencillamente era hora de saldar cuentas con el hado en un juicio que se había prolongado demasiado.


Las glándulas suprarrenales, comentó como si nada tocándose uno de sus costados adoloridos, secretan increíbles cantidades de adrenalina cuando el organismo se encuentra en un estado fisiológico crítico de lucha o huida.


Aquello parecía un recital, y el auditorio no entendía nada. ¿De qué hablaba el chico? Más le valía soltar los billetes que llevara encima si quería salir con vida, glándula suprarrenal o no.


El atacante sacó la mano de su bolsillo derecho y con la mano brilló una navaja retráctil en su mano, vacilante. Su mirada no podía apartarse de aquel diminuto utensilio: una herramienta creada para destruir a partir de la roca fundida de metal. Algo tan simple; algo tan fatal.




El mundo flotaba a su alrededor, y el tiempo parecía hendirse en un falso decorado donde se congelaba y hacía que todo pasara lento, como si el regusto de una almendra amarga después de masticarla. Sentía el latido de su corazón en las sienes. La presión de cada arteria contra su piel, cediendo elástica ante la fuerza que ardía en su interior. Toda la represión, las palabras escondidas, el tesoro de una vida que ha crecido escondida.


Te lo preguntaré una vez más, afirmó sin temblar un ápice su voz tan profunda como un pozo de aguas negras, ¿crees en los milagros?


El asaltante no era un hombre de paciencia, pero cuando una voz sonó al fondo del callejón, tuvo que girar la cabeza.


Alguien daba gritos de alerta. Era la voz de una mujer: suave y decidida, que escrutaba desde la luminosidad de la calle alumbrada hacia el callejón. ¿Quién había decidido clavar la mirada en la oscuridad, cuando podía seguir un camino iluminado? ¿Y por qué se preguntaba aquello el muchacho cuando era su oportunidad?


La adrenalina, efectivamente, inundaba su cuerpo hasta hacerlo temblar. Sentía débiles sus articulaciones, y las rodillas le gritaban que se moviera o caería desplomado al suelo de un momento a otro.


No hubo tiempo para la reacción. El ladrón salió corriendo mientras chasqueaba la lengua. ¿Sería tímido?


La mujer se adentró corriendo en el callejón una vez un par de personas más se habían sentido alertadas y se habían aproximado a la entrada del callejón.


Ella se acercó hasta él. Se había apoyado inconscientemente contra la pared y aunque no era consciente, su mentón temblaba frenéticamente haciendo que los dientes castañearan.


Con la espalda contra la pared, se fue deslizando lentamente hasta dar con el suelo. Sus rodillas no habían aguantado más, y la adrenalina no había servido más que para agarrotar su cuerpo y agotar cada fibra de sus músculos.


Ha sido un milagro que os escuchara, dijo ella con una mirada impertérrita y penetrante que intentaba ahondar en él fijando sus ojos en los suyos.


Un milagro, susurró antes de agachar la barbilla sanguinolenta y cerrar los ojos para abandonarse a los estertores de la frustración, impotente.



18 de abril de 2012

La chica de la maleta púrpura



Era una buena ciudad; una de esas en las que se puede comer bien. Uno podía encontrar cualquier cosa que le apeteciera si sabía buscar: desde restaurantes de cinco tenedores a lugares donde la salubridad se ponía en entredicho y el acto de la ingesta se relegaba a la mera habilidad dactilar y rechupeteo de cada cual. Pero aquella mañana era diferente.


Eran nuevos en la ciudad, pero se sentían parte de ella, parte de esa masa hambrienta que se agitaba entre las calles. Se habían levantado con hambre, mas con hambre de algo… diferente.


Se miraron; se miraron y asintieron enérgicamente. Podría decirse que aquella era una relación peculiar y tácita de neurona y estómago común.


Habían llevado el paso ligero desde que cruzaron el mismo umbral de aquel infierno. ¿Quién no tiene prisa cuando camina descalzo sobre ascuas? La ordinaria multitud del metro en la gran ciudad bien podría haber sido su infierno particular. Verse, de aquel modo, abocados a hacer un uso anodino de aquel medio de transporte tan desquiciante había acabado siendo una opción más que aceptada por la comodidad y rapidez del servicio que suponía, más allá de ese contacto humano tan innecesario.


Era lamentablemente irónico. Después de respirar en una atmósfera de grandeza metropolitana –obviando, claro está, la contaminación-, tener que sumergirse en los vahos pútridos del subsuelo. Gregorio Samsa había sido más hombre.  


Sus pasos, en vana carrera persecutoria, sabían recrearse en una ilusoria parsimonia a cada escalón que descendían. No había prisa, pero sus semblantes parecían indicar lo contrario en esa mueca retorcida por el asco.


Humedecían sus labios, casi inconscientemente, pero su gesto de ansiedad les delataba.


Las miradas se detenían en aquellos que dejaban atrás a su paso, miradas de un solo instante para luego olvidar el rostro que habían mirado a los ojos y así, pasar a un nuevo que también sería olvidado. No correría esa suerte aquella chica con la maleta.

En aquellos pasillos laberínticos eran necesarios los mapas, pues en un ambiente crispado no hay respuestas amables ante preguntas incautas. Nombres, propios o comunes, de paradas y estaciones dispares se acumulaban en letreros coloridos.


Indecisos y barruntando sobre qué hacer o decidir, se detuvieron frente a uno de estos carteles. No se miraban, pero sabían que leían lo mismo.


Un sonido, casi imperceptible, pasó por detrás. Una mano, enlazada de una forma elegante, tiraba sobre dos ruedas de una pesada maleta púrpura. Era una chica joven, con gafas y llena de tibieza. Una tibieza, que hizo que aquella pareja se apresurara a ir tras ella.




Fue rápido, pero tardaron algo más que un abrir y cerrar de ojos en acabar en el mismo vagón. Cuando el timbre sonó y las puertas cedieron para sellar la salida, una sonrisa ocultó las fauces de los lobos, que se giraron hacia aquella improvisada Caperucita Roja de maleta púrpura.


La situación tranquila del vagón, con apenas un par de pasajeros más, provocó que la niña pronto percibiera su presencia. Como cualquier humano, temía a lo desconocido: y a lo desconocido no se lo mira a los ojos sin una buena razón.


Unos segundos, lánguidos, transcurrieron sin más novedades que el continuo traqueteo y repicar de las ruedas bañados por la mortecina luz artificial. Fue un instante, sí, solo un instante, pero la chica les miró.


Uno de ellos no se dio cuenta, pero el otro sí. En esa mirada, él le devolvió más que una mirada una insinuación, y la tibia muchacha palideció. Comenzó a desplazarse por el vagón, rápidamente, algo más lejos que aquellos hombres.


Probablemente por su mente pasaran conceptos como violadores, raptores, o sencillamente tipos sin escrúpulos. Si bien no eran ninguna de las tres, bien hacía en temerles a ellos, y a cualquier persona hambrienta.


Aquella presa era suya, y aquel tren ya había emprendido un rumbo que no podía cambiarse.


La siguieron por el vagón, discretamente enfundados en sus pesados abrigos. Salivando. Aquella gran maleta púrpura les excitaba, como la oliva en un Martini.


Fue justo en el instante en que el tren paró cuando todos se detuvieron. Hubo una nueva mirada, y los tres se arrojaron fuera del tren. ¿Parada para todos?


La maleta volvía a sonar rodando, ahora, más frenética que antes. Acompañada por un tic tac de cocodrilo que marcaba un compás excitante.


La última vez que se volteó en su carrera, las gafas negras y delicadas colgaban sobre el puente en un ángulo extraño. Las prisas no son buenas. Pero probablemente se había dado cuenta de ello demasiado tarde, demasiado tarde para detenerse o para huir.


Se abalanzaron sobre ella, en la soledad del blanco corredor, y la luz del techo comenzó parecer a extinguirse conforme revelaban sus formas auténticas y verdaderas. Risas grotescas y manos que solo eran humanas por los dedos que tenían.


Podría girarse, gritar y suplicar. Pero si por algo se caracteriza el humano es por moverse por las necesidades fisiológicas, y el hambre es una de las más peligrosas…


De ella, solo quedó la maleta. Una maleta púrpura. 


12 de abril de 2012

De nuevo, pendiente abajo



Llovía, y caminaba cuesta abajo. Y aunque debido al mar no había olor de Actinomycetes sp., recordé algo y sentí una extraña sensación de nostalgia.  De nostalgia aterradora.


Había arena en el camino, y tropecé. Fue un tropiezo sutil, de estos en los que te dejas llevar pero sabes que no vas a caer porque no es tu momento. Y en un alarde de dignidad, seguí caminando sin más, despreciando la arena que me había hecho resbalar y pisando toda la que me quedaba por delante.


Ese chip chip, ese gota a gota sobre mi sombrero mojado ya no era el mismo, era como si el miedo a resbalar se hubiera ido.





Quizás fue la sal. Quizás, el camino. Quizás la oscuridad o quizás, mi peor enemigo...

11 de abril de 2012

Una biblia


Me he dado cuenta de que el olor del miedo resulta dulce para el ignorante; y tan dulce resulta el olor que no solo no les disgusta, sino que lo buscan.


No es ninguna proeza este descubrimiento, lo sé, pero cuando hueles determinados tipos de miedo en el ambiente resulta, cuando menos, curioso y desesperanzador. Yo he olido el miedo a conocerse a uno mismo, el miedo al miedo, y ese es ya otro cantar.

Para contaros algo, esta vez sin metáforas, os contaré una historia.

Si pudierais llevar un libro, un único libro, a una isla desierta de la que no sabéis si saldréis alguna vez, ¿qué libro sería? Queridos lectores, yo escogí la Biblia. Creo que sobra decir el por qué, más allá de las presentes razones y maneras religiosas (o bien la ausencia de las mismas). ¿Acaso no tiene cada libro su por qué, su ética y su propia religión? ¿Quién no crearía una religión tolkieniana? ¿O el movimiento J. K. Rowling no es una secta en sí mismo? Vamos, seamos realistas. Cada texto mantiene su propia esencia y está en nuestra mano adorarla o no, haya o no haya una Iglesia que la ensalce detrás.


El valor de la Biblia reside en sí mismo por lo que representa y lo que ha representado para la humanidad. Cuando uno se debe alejar de todo y de todos no debe olvidar que es humano, y unas palabras sobre humanidad creo, son una herramienta para la soledad. Un libro que ha trascendido de esta manera (en realidad, un conjunto de libros), por no decir que es un best-seller, es sin duda la opción que me parece más adecuada.


Ahora bien, el juego cambia y ya no vas solo a la isla. ¿Qué pasaría si la situación fuera escoger un libro entre seis personas que acabas de conocer y con los que, en principio, no tienes nada en común?

Doy por hecho que entendéis que yo formaba parte de ese hipotético grupo, pero tranquilos, que no me marcho a ninguna isla desierta ni solo ni en grupo.


Bien, cada uno de los seis integrantes de la premeditada expedición tenía que proponer un libro que de forma directa o indirecta contribuyera a aumentar la probabilidad de supervivencia del grupo. Ahora la situación cambia, desde luego: hay un bien común buscado y uno ya no va a estar solo en la isla, sino con otras cinco personas a las que podemos llamar… patatas, o mejor, ineptos. En una primera instancia se me ocurrió alguna guía escrita por El Último Superviviente o algo “for dummies”, pero la supervivencia del alma me pareció más importante, así que regresé a mi candidatura anterior: la Biblia.


Presenté la moción tal y como lo he hecho antes ante vosotros, con un razonamiento, creo, más que respetable en el que la parte más irrelevante es si pertenece o no a la religión católica y judía (al menos por lo que respecta al Antiguo Testamento).


Ahora, para que os riáis y/o lloréis, dotaremos a esta entrada y por ende, a este blog, de un toque cómico bastante inusitado. Conseguiré esto simplemente mencionando los otros cinco títulos presentados a candidatura:


  • Saga Crepúsculo.
  • Saga Crepúsculo.
  • Pilares de la Tierra.
  • Saga Crepúsculo.
  • El Código da Vinci.


Reíd, por favor. Sé que lo estás deseando. Y ahora… ¿qué? ¿Sabéis ya por qué he venido aquí a contaros este cuento? Claro que sí, sois más listos que mis cinco compañeros de expedición.


Bueno, os podéis imaginar el resultado, pero la primera reacción de todos cuando dije ‘la Biblia’ fue un: ‘Uf, ese sí que no, osea’. Seguido de un: ‘Del resto, el que sea’. Podéis haceros a la idea de esa mirada tan pecularia que tengo que vira de la increculidad al asco en tan pocos segundos.


Olía a miedo.


Intenté hacerles ver mi punto de vista, hablar sobre la literatura y el simbolismo de una obra como la Biblia y de que el rechazo que manifiestan sobre el mismo está basado solo en el ámbito religioso. Pero, cuando empleas ese argumento y por toda contestación la lacrimógena del grupo (la que sería la primera en morir, vaya) suelta que solo hizo la Primera Comunión por los regalos y que la religión no le importaba, seguido claro está de una semiovación y asentimiento general me di cuenta de que no estaban captando mi idea, y es que con razón nadie intenta investigar sobre el garrulismo, es algo similar a tener cromosomas de menos o de más.


Apestaba a miedo.


Si apostáis a que me rendí estáis equivocados. Les sonreí, a todos, y di mi voto a la Saga Crepúsculo (versión tapas duras, por si tengo que resarcirme con la cabeza de alguno en la isla). Los otros cinco votos fueron a parar también a la Saga Crepúsculo: era maravilloso, la Democracia funcionaba y todos estábamos contentos, pero ellos tenían miedo.


Miedo de conocerse, de ver lo que tienen de humanos, de entender qué prueba significa estar solo con ellos mismos, de necesitar un fantoche que brille y al que llaman vampiro para tener algo en qué pensar. En estos tiempos todo parece superficial, pero ya no me atrevo a afirmar hasta qué punto lo es por miedo a no equivocarme.


Cuando las quejas sobre una isla desierta radican en un “porque tía, no hay duchas ni se puede hacer shopping”, me dan ganas de ir a megafonía para decir:


- Señor mono, acuda a cocotero número dos, que hay que barrer la dignidad por uno mismo que se la ha caído a la señora de los brazos.


Y más allá de no querer conocerse, está el no querer escuchar. No soy maestro de nada, pero al menos sé quién soy.


Me lo voy a pasar pipa leyendo Crepúsculo por el resto de mi vida si acabo en una isla desierta.