Es una ley universal
que todo acontecimiento narrado en susurros siempre es verdad.
El ser humano grita por
naturaleza. Tenemos la necesidad de hacernos oír sobre el estruendo, de hacer
que nos oigan y sobre todo, de oírnos a nosotros mismos. Tanto, que a veces la
necesidad se convierte en ansiedad en muchos.
Nuestra voz es una
herramienta preciada, y bien utilizada, puede ser una terrible arma. Una voz
dirige ejércitos, da órdenes, y causa dolor; un dolor que fácilmente se puede
volver en nuestra contra. Porque la voz es el único veneno para el que no hay
antídoto.
Pero qué hay de cuando
hablamos bajito.
Paraos a pensar. ¿En
qué ocasiones susurráis?
Cuando susurramos es
porque apreciamos el silencio. Porque sentimos respeto. Por el valor de la
información que vamos a transmitir. O porque lo que vamos a decir es un
secreto. Susurramos cuando no nos quedan fuerzas, y en un último aliento,
decimos lo que nos queda por decir.
Hablamos bajo entre
amigos, porque el que quiera escuchar escuchará.
En un susurro
encontramos lágrimas. En un susurro encontramos oscuridad, la oscuridad de
estar a solas y temer no ser escuchado porque las palabras podrían perderse.
Esa sensación en la que las palabras salen con lentitud, arrastradas por un
débil hilo de seda que podría romperse con tantísima facilidad… Un tira y
afloja en el que el final de una sentencia parece querer truncarse ante la
duda. El y si lo que decimos debe ser
dicho.
Susurramos porque
dudamos. Susurramos porque lo que decimos no puede ser dicho en voz alto. Un
susurro puede contener las más atroces palabras; también las más hermosas.
Cuando no conocemos una
canción, la susurramos. Inconscientemente. No porque nos dé vergüenza cantar,
sino porque los susurros vienen del corazón.
Mis susurros son
susurros de susurros. Citas perdidas en las páginas de un diario que toca fin y
donde se contó lo que fue dicho en susurros, para que nunca más fuera dicho.
Si confesamos, lo
hacemos en susurros. Y si nos arrepentimos también. Caemos en el error de
querer ser recordados por lo que gritamos cuando yo quiero que se me recuerde
por lo que no grité, y me limité a susurrar.
Ya os lo he dicho otras
veces. Si tenéis que escucharme alguna vez, hacedlo cuando hable bajito, porque
entonces lo que diga será merecedor de ser escuchado…
Susurrar es el arte que
va más allá de no alzar la voz.