Hay días en los que
nuestro pasajero oscuro nos habla sin mirar a través del espejo retrovisor. Se
gira y nos mira directamente a los ojos, desde el volante.
Es entonces cuando
comienza a mover los labios, y sentimos miedo porque ya no es un reflejo la
barrera que nos separa. Está ahí, delante, al alcance de nuestra mano.
Sujetando el volante de nuestra vida, y aún no sabemos muy bien cuando somos o
no parte de ese pasajero oscuro.
Solo podemos saber algo
de nuestro pasajero oscuro: puede ser un mentiroso, pero en su esencia jamás
nos mentirá a nosotros. Porque en la verdad, aunque haya dolor, nuestro
pasajero encuentra su regocijo.