Me llamaron bruto,
aunque no me lo creí del todo. No obstante, me dieron ganas de invitarla a una
copa, contarle un chiste fácil y demostrarle la brutalidad que he aprendido en
los libros. Conquistarla como está de moda: con vulgaridad. Porque a mí me
gusta ser vulgar como a cualquier otro. Empotrarla contra un coche, hacerle
saber que soy un hombre y luego susurrarle
al oído que me lo había pedido a gritos.
Y me contuve, porque
vivo conteniéndome. Preferí sonreír y darle la razón. Notaba la sangre en cada
una de mis extremidades, en cada apéndice palpitante. Latiendo la vida que
tengo y que no muestro. Que no demuestro.
Pero eso no significa
que no esté vivo. No significa que no sea bruto. Ni que sea vulgar. Porque si
soy algo, soy muchas cosas. Lo que quiero decir es que soy pero no soy nada de
eso enteramente. Si soy bruto, es porque he sido sutil. Y si te he dicho una
vulgaridad es porque entiendo de ser refinado. Si sé lo que es la vida, es
precisamente porque he experimentado la muerte…
Soy lo que soy por lo
que he vivido y lo que he evitado vivir. Si esperas de mí algo más, has ido al
lugar equivocado. Si esperabas de mí algo esperable, es porque quizás has
dejado de vivir a mi lado demasiadas lecciones hoy aprendidas.