14 de enero de 2011

Lo que queda...


No era nadie, ni nada.



Era la carcoma que soplas sobre los muebles por los que aún no ha desfilado un trapo, las partículas que emprenden carreras volátiles en su frágil agonía.


Motas, suspendidas y resuspendidas. Coloide de los coloides. Asunto destinado a la deriva de las brisas y los quehaceres de las corrientes.


Era la señal que impone el olvido. Imprenta intachable de tela blanca, vestido lánguido por omisión. Triste demanda de atención y nido de pelusas.


Recóndito, al final de los estantes, en lo más hondo de los cajones; pues el tamo ama la discreción.


Aquel de eterno retorno y que prevalece ante la vida y la muerte, pues polvo eras y en polvo te convertirás…


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