20 de marzo de 2012

Inciso





Nos paramos, a veces sin saberlo, en el momento más inoportuno. Y en esa quietud callamos, silenciando la melodía en el cuerpo principal de una obra; un inciso que irremediablemente quiebra la atención del público…


Pero no paramos impremeditadamente.


Paramos porque no sabemos seguir, y cuando todo gira demasiado deprisa solo queremos bajarnos de la atracción para dejar los pies quietos. Descalzos. Entre arena mojada. Para tener consciencia de que hay un suelo debajo, y que por mucho que la corriente nos arrastre, la caída tendrá freno a pocos metros bajo nosotros.


Esto es un vendaval. Pero debemos permitirnos incisos, para recordarnos que el buen tiempo llega.


Llega.


Todos nos cansamos de volar en algún momento. Volemos o no descalzos.


5 de marzo de 2012

Garabatos



Si una idea incierta y caótica te ronda: témela. Pero si es la única que tienes, témela más aún.


Cuando con esa idea, llevas la mano al papel y solo surgen los garabatos no es que no tengas inspiración, y no puedas contar nada; son tantas las cosas que se agolpan en la pequeña ventana de la comunicación que ni los dedos más ágiles son capaces de decidirse por qué trazos mostrar preferencia.


Por qué, entre todas esas cosas, poder contar sin confundir.


Porque en los garabatos, reside la realidad más completa que podamos encontrar: la realidad difusa y confusa, que nos sumerge en nuestro mundo de imperfecciones sin pulir.


Y al final, lo más sensato es olvidar la noción del movimiento, y dejar a la mano hacer lo que haría el alma: garabato sobre garabato. Porque a veces la claridad engaña y es la oscuridad la que arroja certeza.


4 de marzo de 2012

La caja de música



Soy un cobarde.


Porque temo. Porque huyo. Porque niego y me niego. Porque me hundo en mi castillo del subterfugio…


No hablo porque no quiera. Sino que no hablo porque no puedo. Porque para mí, hablar significa aceptar; y aceptar, recordar el por qué del dolor. ¿Y qué del día en que juré no sufrir? Y olvidar el por qué de las cosas que me llevaron a este lugar, a este pasillo de barco hundido.


No, no me gustan los juegos, y así como no me gustan los juegos también me he cansado de jugar. Cada día los odio más. Porque en un juego siempre uno gana, y otro pierde. Y se juega para ganar; y aunque a efectos prácticos existe el término empate, yo prefiero decir que perdieron los dos. Pero cuando se lleva las de perder, soy un cobarde al confiarme a la razón.


Cobarde, por huir por montes sin senda donde la maleza tiene espinas de ponzoña. Por huir de ciudades sin señalizar, donde el Norte y el Sur están invertidos. Cobarde, por recorrer caminos perdidos que me llevan a la perdición.


Cobarde por abandonar la música, la música que me hacía recordar una triste felicidad.


Sí. Accioné una caja de música, tiempo atrás. La accioné, no por error, sino porque me fue regalada. Y porque echaba de menos la música. De esas con una pequeña bailarina de ballet encima que grácilmente, y en vueltas inciertas, se desliza sobre su pequeña plataforma de cristal imantado.


Las notas, cimbreadas, contextualizaban el baile alocadamente. Era maravilloso. Y era la excusa, la excusa buscada y anhelada de los dos. Pero la cuerda se ha acabado, y en las últimas notas del baile, la bailarina perdió su gracia y su talante.


Pero fui un cobarde, por no dar más cuerda cuando la melodía comenzó a flaquear. Fui un cobarde, por mirar con pena a la bailarina inerte y simplemente, volver a cerrar la caja, para abandonarla en el lugar donde descansan las cosas que viven para no existir, que viven para ser olvidadas como tantas y tantas de mis palabras…


Ya no sonarán más notas, de una caja de música rota.