28 de enero de 2013

Obligado a ser vulnerable



Una fase es un momento de transición. Un tiempo en el que estamos incompletos y vulnerables, como la crisálida que aún no ha endurecido su coraza de quitina. 




Ser vulnerable desespera porque cuando uno se siente expuesto, cada fibra de la existencia física grita precaución constantemente. Y cuando comprendemos que la vida se compone de una sucesión de fases, la desesperación se torna en agonía, porque eso significa que vamos a vivir expuestos siempre. 




Y decidimos no vivir, porque no nos gusta sufrir, porque somos vulnerables.

22 de enero de 2013

Me destruyo


La culpa es, ante todo, destructiva. 


Cuando nos sentimos culpables, una voz en nuestro interior nos exige como pago toda aspiración hacia la felicidad que pudiéramos tener. El tributo que tiene como máxima esta vida. 


La culpa es, habitualmente, algo que nosotros mismos nos imponemos. 


Podemos culpar a otros, señalarlos... incluso podemos llegar a quemar en su piel una marca que todos vean. Pero esa obsesión destructiva por uno mismo siempre nacerá en el interior y quemará empezando por las entrañas cada brizna de regocijo. 


La culpa es, en ocasiones, injustificada. Porque en esas ocasiones la vida se basa en el boicot de uno mismo. 

10 de enero de 2013

Abrázame



Abrázame fuerte. Tanto como puedas. Y ante todo, no me sueltes hasta que haya pasado... 


Su sueño, insistente, se repetía noche tras noche. No acostumbraba a soñar, pero cuando lo hacía, sabía que era porque cada fibra de su cuerpo quería coordinarse para decirle algo, para comunicarle un pensamiento e insertarlo en su sesera. 


No gustaba de soñar, sobre todo después de tantas pesadillas pasadas, pero cuando amanecía reía amargamente en silencio sobre la almohada. ¿Cuándo había recuperado el derecho al sueño? Había renunciado a ellos cuando hizo voto de exilio, voto de silencio, voto de eterna negación... Pero cuando no hay ninguna voz amiga que nos alarme, nosotros mismos activamos ese sistema a través de la subconsciencia. 


Aquel torso transmitía calor, un calor tan reconfortante que más de una vez habría deseado no despertar. Sus brazos la envolvían, creando un espacio de seguridad infinita. Y aunque no le veía nunca el rostro, su nuca de pelo azabache, suave y perfumado, le decía que estaba sonriendo. No de felicidad, era algo más trascendental. Era una sonrisa serena, de quietud y paz. Aquella emoción, tan comedida, la transmitía a través de su ropa hacia ella, justo cuando le devolvía el abrazo con la fuerza que él le solicitaba. Era entonces cuando se aferraba a su cuello, y prometía no soltarle jamás. 





Pero entonces despertaba. Y comprendía que seguía llena de dolor. 

5 de enero de 2013

Escondrijos


Los antiguos maestros de esta ciencia prometían cosas imposibles, y no llevaban nada a cabo. Los científicos modernos prometen muy poco; saben que los metales no se pueden transmutar, y que el elixir de la vida es una ilusión. Pero estos filósofos, cuyas manos parecen hechas solo para hurgar en la suciedad, y cuyos ojos parecen servir tan solo para escrutar con el microscopio o el crisol, han conseguido milagros. Conocen hasta las más recónditas intimidades de la naturaleza y demuestran cómo funciona en sus escondrijos. 

Mary W. Shelley, Frankenstein



Pasamos de las promesas e ilusiones al milagro, sí. Para esto, ha hecho falta ensuciarse las manos y muchos han caído en el proceso acusados de herejía y profanación. Este proceso no se puede revertir y quienes ya no están, no volverán. Ahora todos nos creemos dueños del conocimiento adquirido a través del sacrificio y todos nos miramos al espejo como si fuera la portada de un periódico de éxito. Este el yo, yo, yo... del ego humano. 

Aquello que ocurrió en la ciencia nos ha enseñado que para conocer las oquedades ocultas hace falta ensuciarse las manos. Aún quedan muchos secretos, pero estos nos invitan a que los desentrañemos de una forma u otra. 

Los escondrijos no siempre esconden cosas valiosas como la penicilina, el funcionamiento del sistema circulatorio o el porqué de la existencia. También hay escondidas cosas triviales y cotidianas, como por qué nos desagradan los granos o por qué nos empeñamos en soñar evitando las pesadillas. Estos, como las grandes cosas, también son incógnitas por resolver. Y necesitaremos ensuciarnos en el mar de fango antes de desenterrar ese baúl escondido. 

2 de enero de 2013

Cimientos de piedra



He aprendido a comenzar a mirar una estatua por su pedestal en busca de grietas. Esta es, y con razón, una extraña forma de apreciar el arte: siempre buscando el fallo amargo de la imperfección en la creación. El pedestal, en la arquitectura, es el soporte que aporta solidez y seguridad para algo que irá encima. Bien de liso mármol o rugoso granito, sin más forma que la de funcional soporte prismático y siempre el componente poco agraciado de la obra. Y sin embargo es el más importante.

Sin adornos, más allá de cenefas. Sin lustro, más allá del natural de la piedra. Sin esencia, más allá de la que le sobra a lo que soporta... 

Nos derrumbaremos, o quizás no, pero el suelo sacudirá cada fibra de nuestra integridad hasta el punto en el que nos habría gustado haber hecho un examen minucioso de conciencia. Una revisión de lo que nos sostiene, de nuestro pedestal. Porque en los momentos más oscuros, lo que está bajo nuestros pies es lo único que nos mantiene en vilo ante el precipicio. 

Me estoy encargando de tapar las grietas. De soldar las vías que me conducen. De atar los cabos que el caprichoso destino se ha encargado de soltar... Porque una sombra se acerca, y cuando su manto nos cubra me gustará sonreír pensando que lo que tengo debajo me ampara. 





Siempre hay tiempo de mirar a una estatua que está erguida para no caer con facilidad.