5 de enero de 2013

Escondrijos


Los antiguos maestros de esta ciencia prometían cosas imposibles, y no llevaban nada a cabo. Los científicos modernos prometen muy poco; saben que los metales no se pueden transmutar, y que el elixir de la vida es una ilusión. Pero estos filósofos, cuyas manos parecen hechas solo para hurgar en la suciedad, y cuyos ojos parecen servir tan solo para escrutar con el microscopio o el crisol, han conseguido milagros. Conocen hasta las más recónditas intimidades de la naturaleza y demuestran cómo funciona en sus escondrijos. 

Mary W. Shelley, Frankenstein



Pasamos de las promesas e ilusiones al milagro, sí. Para esto, ha hecho falta ensuciarse las manos y muchos han caído en el proceso acusados de herejía y profanación. Este proceso no se puede revertir y quienes ya no están, no volverán. Ahora todos nos creemos dueños del conocimiento adquirido a través del sacrificio y todos nos miramos al espejo como si fuera la portada de un periódico de éxito. Este el yo, yo, yo... del ego humano. 

Aquello que ocurrió en la ciencia nos ha enseñado que para conocer las oquedades ocultas hace falta ensuciarse las manos. Aún quedan muchos secretos, pero estos nos invitan a que los desentrañemos de una forma u otra. 

Los escondrijos no siempre esconden cosas valiosas como la penicilina, el funcionamiento del sistema circulatorio o el porqué de la existencia. También hay escondidas cosas triviales y cotidianas, como por qué nos desagradan los granos o por qué nos empeñamos en soñar evitando las pesadillas. Estos, como las grandes cosas, también son incógnitas por resolver. Y necesitaremos ensuciarnos en el mar de fango antes de desenterrar ese baúl escondido. 

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