2 de enero de 2013

Cimientos de piedra



He aprendido a comenzar a mirar una estatua por su pedestal en busca de grietas. Esta es, y con razón, una extraña forma de apreciar el arte: siempre buscando el fallo amargo de la imperfección en la creación. El pedestal, en la arquitectura, es el soporte que aporta solidez y seguridad para algo que irá encima. Bien de liso mármol o rugoso granito, sin más forma que la de funcional soporte prismático y siempre el componente poco agraciado de la obra. Y sin embargo es el más importante.

Sin adornos, más allá de cenefas. Sin lustro, más allá del natural de la piedra. Sin esencia, más allá de la que le sobra a lo que soporta... 

Nos derrumbaremos, o quizás no, pero el suelo sacudirá cada fibra de nuestra integridad hasta el punto en el que nos habría gustado haber hecho un examen minucioso de conciencia. Una revisión de lo que nos sostiene, de nuestro pedestal. Porque en los momentos más oscuros, lo que está bajo nuestros pies es lo único que nos mantiene en vilo ante el precipicio. 

Me estoy encargando de tapar las grietas. De soldar las vías que me conducen. De atar los cabos que el caprichoso destino se ha encargado de soltar... Porque una sombra se acerca, y cuando su manto nos cubra me gustará sonreír pensando que lo que tengo debajo me ampara. 





Siempre hay tiempo de mirar a una estatua que está erguida para no caer con facilidad. 


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