8 de febrero de 2011

Delirium Tremens



Dormía, tan profundamente que creía que era un sueño hasta que el propio sueño me despertó.


Eran muchos, por millares. Pequeños y organizados, y además de igual uniforme, de un tono pardusco y fosforescente, no sabría explicar.


Me rodeaban e inmovilizaban, y eso me hacía preguntarme qué tenía yo de Gulliver en aquella historia, pero no me veían como una amenaza, sino como un recurso, un recurso valioso que debían explotar sin demora antes que el sol despuntara.


No dieron tregua, tampoco pidieron perdón, ante mí se presentó su general, presidente, comandante al fin y al cabo de aquella su misión. Los detalles fueron lo de menos, todo un andamiaje fue desplegado y poco a poco, mi piel arrancada, como si abrieran una lata de sardinas.


Intentaba mantener cerrados los ojos, y apretada la boca, sospechando el intenso dolor que desembocaría aquello, pero más que un dolor fue un malestar. Un terrible malestar que hacía que ojos, boca y cada uno de los sentidos restantes se vieran nutridos segundo a segundo de punzadas provenientes de aquella acción emprendida por los diminutos malhechores.


Una luz, dorada y fría, como la que atraviesa un cristal tintado, salía proyectada contra el techo, puesto ante mis ojos. Sombras, fugaces e irregulares, se movían aquí y allá, perturbando la uniformidad de la luz. Sentía que algo en mí se revolvía, y pobre de mí al saber lo que era.


Manipulaban pequeños bloques de luz, como si mi cuerpo estuviera compuesto de ellos y no de células (¿milagro?), probablemente el recurso que buscaban. Desde los pies hasta el punto donde nace el cuello era todo un constante hormigueo al son del martillo y la pica.


Todo duró demasiado, o duró poco, no sé decirlo bien. Sólo sé que duró.


Esperaba explicaciones, vanamente… Pues los ojos de la diminuta figura, de tenerlos, seguían clavados en mí en un vacuo silencio, mientras esperaba que su tropa terminara con sus quehaceres.


Llegó un momento en el que la luz dorada comenzó a ceder, como si la fuente se agotase, pero pronto comprendí que no era eso. El tic tac apremiaba a los hombrecillos a terminar hicieran lo que hicieran. Amanecía.


No puedo transcribir las palabras que me fueron dichas, sólo sé que provinieron de una voz ronca y seca, y tuvieron por cortés lo que la acción en sí mismo. Pero entendí que eran una despedida.


Intenté revolverme, incómodo ante el creciente ajetreo que me recorría por todas partes, pasos acelerados por miles. Mas no pude. Si de algo sabían aquellos discretos gnomos de las entrañas, era de inmovilizar bien al hospedador.


Sólo sé que cuando todo acabó, y la piel volvió a cubrir mi panza, daba gracias a Dios por no haber escuchado un “volveremos”.


P.S.: Esto es un delirio fruto de mi gripe febril. Disfrutadlo tanto como lo disfruté yo (en tus carnes no es agradable, de verdad).


2 comentarios:

  1. Tanto tu estilo de escritura como el surrealismo que irradia el texto me encantan, seguramente a Dalí le encantaría pintar algo relacionado con ello. Muy curioso.

    PD: Animo con esa gripe, yo a punto de salir de ella. xDDD

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  2. No sé si Dalí recurriría a este tipo de blogs en busca de recursos artísticos, pero gracias!

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