19 de abril de 2011

Viajes


Sí, hace tiempo que no escribo aquí, aunque no porque no haya querido. He estado escribiendo sobre cómo gestionar los parques naturales, de cómo son los ecosistemas de melojares y también el porqué de que sean tan malos los tumores.


Pero durante este tiempo ausente, he viajado bastante, y si algo me gusta de los viajes es esa sensación de aislamiento e individualidad que embarga a uno estando sentado en su sillón del bus, tren, coche o barco… En escasos tres días me he recorrido el país de punta a punta (literalmente) y he tenido tiempo para entrar en esa especie de trance.


He comenzado esta entrada con ánimos de plasmar, no de forma filosófica y trascendental, sino de una forma un poco más humana y personal lo que son para mí los viajes, pero he recordado que durante este último viaje que he hecho, leí algo que me llamó la atención sobre todo esto.


"Las nuevas experiencias, los viajes, tienen un influjo amnésico poderoso, como cuando pintas con un nuevo color sobre otro que desaparece.

Los viajes tienen ese poder mágico sobre el tiempo y la razón al obligarte a romper con las costumbres y los miedos que, sin darnos cuenta, se han vuelto gruesas cadenas", nos cuenta Matilde Asensi en Todo bajo el cielo.


Pues bien, sea o no un cambio de rutina, un viaje es una prueba más allá del ocio, trabajo u obligación. Una prueba que nos enfrenta a nosotros mismos, ya que variando ese escenario de manera tan brusca, llevamos a una araña a una tela que no es suya.


Creo que ya he dado a entender que me gustan los viajes, y fuera del destino que sea, sobre todo el viajar.


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