15 de mayo de 2011

Días que no son días


Hola, amables desconocidos.


Ella probablemente habría dicho algo así, pero se limitó a seguir la cruel doctrina pública de no hablar con los desconocidos en el metro. Cabeza hacia adelante y rodillas juntas, con las manos delicadamente entrelazadas en el regazo.


Estaba hecha toda una señorita, tan solo que había nacido en el siglo equivocado. No miraba con asco a los demás, era más bien una consciente y premeditada indiferencia.


¿Quién le decía a ella que entre aquella panda no había algún violador, o algún maltratador? Prefería pensar que no, pero aunque no veamos la luna durante el día, sabemos que ahí sigue, rondándonos.


Nada en sus gestos delataba su alteración, pero había pasado toda aquella noche llorando. Otra noche más… Desde que había roto su tácita promesa se deshacía como una bola de nieve al sol cada vez que los recuerdos se ensañaban con mostrarle imágenes de un tiempo que era mejor esconder.


Aquella evolución transitoria estaba acabando con ella, necesitaba pasar de los juegos de azar a los de lógica, puras matemáticas irrevocables. Comenzaba a dudar de los resultados obtenidos con aquel cambio, y fundamentalmente la causa sobre la que se sustentaba todo aquello.


¿Debería volver a verle? Era inútil y lo sabía. Aunque le escupiera a la cara no obtendría respuestas.


Para cuando quiso darse cuenta, había llegado a su estación. Parsimoniosamente se levantó y fue hasta la puerta, que estaba abierta. Cuando salió del metro se sintió desorientada. Nunca había estado allí antes, y si iba era por la excelente recomendación sobre una pequeña cafetería.


¿Qué le había movido a ello?


Se trataba de una cafetería de mesas individuales. Frío, sí, pero le gustaba aquello. Aquella sensación de independencia, llevada a culmen en un lugar público, en un local donde se vendía una mercancía.


Estaba cerca de allí, se dijo mientras revolvía en su bolsillo buscando un arrugado papel con el nombre de la calle, que pronto localizó en un poste cercano.


Supo que había llegado a su destino cuando se encontró frente a un enorme cristal panorámico que robaba cualquier tipo de intimidad, mostrando su interior tal cual era. La luz, pálida, se filtraba iluminando a las pocas mesas ocupadas, efectivamente, por una sola persona en cada caso.


Sonrió para sus adentros antes de empujar la aparentemente frágil puerta de madera con ventana de cristal. Un delicado tintineo anunció su llegada, como si fuera una persona importante. Un par de miradas se desviaron hacia ella, pero pronto volvieron a sus solitarios quehaceres.


Discretamente se dirigió hacia la mesa más alejada de la ventana y se sentó repiqueteando con los dedos sobre la mesa mientras se deshacía en un sinfín de pensamientos, la mayoría positivos, sobre aquel lugar.


¿Qué tomará?, le dijo una voz a su lado.


– Aún no me he decidido…


Paseaba los ojos por la discreta carta de cafés mientras se recreaba en su indecisión. Cuando alzó la mirada se vio a ella misma en el reflejo del gran ventanal, y fue cuando se dio cuenta de que aquellos días, de luz tenue y viento cortante, no eran días.


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