15 de agosto de 2011

Crónicas de una plebe enardecida


Curiosa, la etología del vulgo. No obstante hablo sin pretensiones, y en esta ocasión ni como ajeno al colectivo. Son (somos) del vulgo con todas las de la ley.


No sé si para bien o para mal, he sido uno más en la masa estos últimos días. Codo con codo con otros seres humanos sudorosos en fila, esperando por una meta común que implicaba la activación de distintos mecanismos fisiológicos de defensa: así de masoquistas somos. Y no nos vamos a engañar, eso de hacer cola es algo que ni me gusta, ni estoy acostumbrado.


Ver las caras de los congéneres no tiene precio… ¿Quién iba a pagar por semejante patraña?


Un servidor se pregunta qué hay detrás de esa jovencita de camiseta horrible, o qué puede ocultar el chico sin camiseta al que todas sus amigas toquetean mientras presume de músculos entre risas coquetas.


Y hormonas, hormonas everywhere. Jóvenes acaramelados sin pelo en la entrepierna que ríen cada vez que sale la palabra teta en la conversación.


¿Qué les ha llevado ahí, a ese lugar, y qué historia ocultan detrás de una sonrisa? La mayoría de sus caras no cuentan esa historia, precisamente por eso no pagaría por verlas. Prefiero inventar, o atreverme a elucubrar cosas. Simplemente por diversión.


Pensar en el ser humano como ser humano, aunque suene absurdo, me resulta complicado cuanto más recapacito sobre ello. Estoy intentando medir mis palabras, pero la sensación que me llena cuando valoro los pros y los contras de nuestra raza gregaria es a partes iguales placentera que vomitiva.


Pero si algo me ha quedado claro de todo esto, es que la plebe está orgullosa de ser plebe, y se comportará como tal.


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