22 de noviembre de 2011

Quebradizo





Frágil, tan frágil como una flor que ha sido introducida en nitrógeno líquido y que se derrumbará ante el primer soplido. Y aunque hablan de castillos de naipes, soy más resistente que eso. Mucho más.


Pero las grietas se abren, y lo que se esconde detrás sólo refleja una realidad oculta, el motivo de por qué se inventaron las máscaras. Unas máscaras de cera que se derriten cuando hace calor, y se quiebran cuando bajan las temperaturas.


Este frío, este infierno frío, ha sido capaz de convertir en añicos una máscara que la masilla no ha podido reparar tras tanto tiempo, y los ojos que escondían las delgadas ranuras han dado el espectáculo que nadie esperaba. El que escrutaba podía sentir curiosidad, una lasciva curiosidad ufana por saber lo que no le importa, y eso le ha acarreado sus consecuencias. No se ha encontrado un rostro deformado, o una cicatriz de mal aspecto cruzando de parte a parte la frente. No. Simplemente han encontrado algo que no querían –o al menos, esperaban- encontrar.


Yo lo llamo resentimiento. Y es que como su propio nombre indica, se trata de un sentimiento que lo es como tal por propia definición.


Sí, sentimientos. ¿Tan desalmado me creíais?


La nueva máscara, esa que me pondré mañana después de lavarme una cara que sólo entiende de un enfrentamiento con la almohada, ya está enfriándose encima de la encimera: moldeada con una expresión agradable, con una sonrisa y las cejas altas.


Pero no os engañéis, en esa maceración sigue estando mi ingrediente secreto. Ese ingrediente que hace mía la máscara, ese ingrediente que me hace malvivir.


Pero al menos, es una forma de vida. ¿Y quién es la evolución para recriminarme nada?



No hay comentarios:

Publicar un comentario