22 de enero de 2012

Persecutorio




Y obsesivo.



Ese regurgitar de un ardor intenso en el que crees que tus intestinos van a estallar y a salir por tu boca, cuando sientes que el inexacto punto de gravedad se ha invertido y el movimiento de la sangre la hace demasiado caliente para recorrer el cuerpo que habitas.


Te reconcome la necesidad de saber, conocer, ver, acariciar para tocar, cimbrear y quién sabe qué más… Para percibir plena y totalmente cada átomo por cómo es y por qué se distribuyó de esa manera. Conocer la identidad a todos los niveles y bajo todas las causas posibles.


Quién te hizo así, y si prefieres la miel en la colmena o en la zarpa del oso.


La dulce locura pasional y transitoria, del placer de los fluidos y el frenético impulso de un corazón que parecía haberse olvidado de latir. Y encontrar ese dolor en las caricias, que rechazas y deseas como un tormento esperado que siempre se ha temido.


Perderse en un naufragio perfumado con un aroma desconocido y entrañable, con los dedos enterrados en un cabello ondulado y claro, como arena blanca de una playa que ha olvidado el sabor salado del agua que la baña.


Pero te reprimiré aunque te evoque. Y me reprimiré, infinitamente, hasta en que mi pecho no haya lugar para ti, acoso que me compones y descompones. Porque entonces no seré tampoco yo mismo, sino todo lo que no finjo ser y que me haría desaparecer.


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