Llovía, y caminaba cuesta abajo. Y aunque debido al mar no había olor de Actinomycetes sp., recordé algo y sentí una extraña sensación de nostalgia. De nostalgia aterradora.
Había arena en el camino, y tropecé. Fue un tropiezo sutil, de estos en los que te dejas llevar pero sabes que no vas a caer porque no es tu momento. Y en un alarde de dignidad, seguí caminando sin más, despreciando la arena que me había hecho resbalar y pisando toda la que me quedaba por delante.
Ese chip chip, ese gota a gota sobre mi sombrero mojado ya no era el mismo, era como si el miedo a resbalar se hubiera ido.
Quizás fue la sal. Quizás, el camino. Quizás la oscuridad o quizás, mi peor enemigo...
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