11 de abril de 2012

Una biblia


Me he dado cuenta de que el olor del miedo resulta dulce para el ignorante; y tan dulce resulta el olor que no solo no les disgusta, sino que lo buscan.


No es ninguna proeza este descubrimiento, lo sé, pero cuando hueles determinados tipos de miedo en el ambiente resulta, cuando menos, curioso y desesperanzador. Yo he olido el miedo a conocerse a uno mismo, el miedo al miedo, y ese es ya otro cantar.

Para contaros algo, esta vez sin metáforas, os contaré una historia.

Si pudierais llevar un libro, un único libro, a una isla desierta de la que no sabéis si saldréis alguna vez, ¿qué libro sería? Queridos lectores, yo escogí la Biblia. Creo que sobra decir el por qué, más allá de las presentes razones y maneras religiosas (o bien la ausencia de las mismas). ¿Acaso no tiene cada libro su por qué, su ética y su propia religión? ¿Quién no crearía una religión tolkieniana? ¿O el movimiento J. K. Rowling no es una secta en sí mismo? Vamos, seamos realistas. Cada texto mantiene su propia esencia y está en nuestra mano adorarla o no, haya o no haya una Iglesia que la ensalce detrás.


El valor de la Biblia reside en sí mismo por lo que representa y lo que ha representado para la humanidad. Cuando uno se debe alejar de todo y de todos no debe olvidar que es humano, y unas palabras sobre humanidad creo, son una herramienta para la soledad. Un libro que ha trascendido de esta manera (en realidad, un conjunto de libros), por no decir que es un best-seller, es sin duda la opción que me parece más adecuada.


Ahora bien, el juego cambia y ya no vas solo a la isla. ¿Qué pasaría si la situación fuera escoger un libro entre seis personas que acabas de conocer y con los que, en principio, no tienes nada en común?

Doy por hecho que entendéis que yo formaba parte de ese hipotético grupo, pero tranquilos, que no me marcho a ninguna isla desierta ni solo ni en grupo.


Bien, cada uno de los seis integrantes de la premeditada expedición tenía que proponer un libro que de forma directa o indirecta contribuyera a aumentar la probabilidad de supervivencia del grupo. Ahora la situación cambia, desde luego: hay un bien común buscado y uno ya no va a estar solo en la isla, sino con otras cinco personas a las que podemos llamar… patatas, o mejor, ineptos. En una primera instancia se me ocurrió alguna guía escrita por El Último Superviviente o algo “for dummies”, pero la supervivencia del alma me pareció más importante, así que regresé a mi candidatura anterior: la Biblia.


Presenté la moción tal y como lo he hecho antes ante vosotros, con un razonamiento, creo, más que respetable en el que la parte más irrelevante es si pertenece o no a la religión católica y judía (al menos por lo que respecta al Antiguo Testamento).


Ahora, para que os riáis y/o lloréis, dotaremos a esta entrada y por ende, a este blog, de un toque cómico bastante inusitado. Conseguiré esto simplemente mencionando los otros cinco títulos presentados a candidatura:


  • Saga Crepúsculo.
  • Saga Crepúsculo.
  • Pilares de la Tierra.
  • Saga Crepúsculo.
  • El Código da Vinci.


Reíd, por favor. Sé que lo estás deseando. Y ahora… ¿qué? ¿Sabéis ya por qué he venido aquí a contaros este cuento? Claro que sí, sois más listos que mis cinco compañeros de expedición.


Bueno, os podéis imaginar el resultado, pero la primera reacción de todos cuando dije ‘la Biblia’ fue un: ‘Uf, ese sí que no, osea’. Seguido de un: ‘Del resto, el que sea’. Podéis haceros a la idea de esa mirada tan pecularia que tengo que vira de la increculidad al asco en tan pocos segundos.


Olía a miedo.


Intenté hacerles ver mi punto de vista, hablar sobre la literatura y el simbolismo de una obra como la Biblia y de que el rechazo que manifiestan sobre el mismo está basado solo en el ámbito religioso. Pero, cuando empleas ese argumento y por toda contestación la lacrimógena del grupo (la que sería la primera en morir, vaya) suelta que solo hizo la Primera Comunión por los regalos y que la religión no le importaba, seguido claro está de una semiovación y asentimiento general me di cuenta de que no estaban captando mi idea, y es que con razón nadie intenta investigar sobre el garrulismo, es algo similar a tener cromosomas de menos o de más.


Apestaba a miedo.


Si apostáis a que me rendí estáis equivocados. Les sonreí, a todos, y di mi voto a la Saga Crepúsculo (versión tapas duras, por si tengo que resarcirme con la cabeza de alguno en la isla). Los otros cinco votos fueron a parar también a la Saga Crepúsculo: era maravilloso, la Democracia funcionaba y todos estábamos contentos, pero ellos tenían miedo.


Miedo de conocerse, de ver lo que tienen de humanos, de entender qué prueba significa estar solo con ellos mismos, de necesitar un fantoche que brille y al que llaman vampiro para tener algo en qué pensar. En estos tiempos todo parece superficial, pero ya no me atrevo a afirmar hasta qué punto lo es por miedo a no equivocarme.


Cuando las quejas sobre una isla desierta radican en un “porque tía, no hay duchas ni se puede hacer shopping”, me dan ganas de ir a megafonía para decir:


- Señor mono, acuda a cocotero número dos, que hay que barrer la dignidad por uno mismo que se la ha caído a la señora de los brazos.


Y más allá de no querer conocerse, está el no querer escuchar. No soy maestro de nada, pero al menos sé quién soy.


Me lo voy a pasar pipa leyendo Crepúsculo por el resto de mi vida si acabo en una isla desierta.


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