14 de abril de 2013

La puerta



He vivido de recuerdos. Cada noche, débil y sin fuerzas, he abierto la puerta verde, o quizás la puerta azul, y alargado la mano a ciegas para abrazarlos y devorarlos. Para hacerlos míos, para resucitarlos, para recrearme en cuentos con final escrito.




Algunas veces los he comido con ansiedad; otras, como si quisiera paladear cada segundo recordado para que nunca más lo volviera a olvidar. Recordar con devoción su forma y su textura, sus delicadas tonalidades. He acabado con cada migaja que he dejado caer, con cada pedazo que mi mano ha alcanzado en la despensa que debería estar prohibida. 

Y cuando he despertado siempre he tenido el mismo amargo sabor de boca. Los labios resquebrajados. El mismo estómago vacío y contraído de dolor. La misma mirada perdida, catatónica, perdida en una puerta tan lejos de esta realidad.

Una puerta que debería estar cerrada con la llave de nuestra voluntad. En un mundo en el que no existe una realidad, el único peligro somos nosotros mismos. ¿De qué tenemos hambre? 



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