21 de abril de 2013

Matices


Las historias se cuentan desde sillas cómodas, a veces incómodas. 


Creo que ya conoces esta historia, pero probablemente si te la contara de nuevo me dirías que la recordabas distinta. Me he dado cuenta de que cada vez que hablo contigo siento la necesidad de ser un poco más sincero. 



No siempre era fácil encontrar las palabras, especialmente bajo su mirada. No habría podido soportar su reprobación. 



No te ofendas, porque jamás te he mentido. Es solo que con el tiempo, me doy cuenta de que mis reservas hacen que el contenido se malinterprete. A estas alturas los matices son importantes, imprescindibles. Así que créeme cuando te digo que es un halago que te hable de la canción que escuché esa mañana en la radio, o del sabor de la pasta de dientes de una boca que no era la mía. 



Cuando hacía volar sus ojos hacia una esquina izquierda imaginaria, era fácil saber en qué pensaba, en quién pensaba, por quién agonizaba. Pero sobre todo, por qué callaba y medía cada paso. 



Y aunque jamás intentaría poner mis palabras a la altura de tu expectativas, te volveré a contar mi historia con la esperanza de que la apruebes, de que sonrías, de que llores, de que me maldigas... Sé que eres docto en esto del amor, puedo verlo en tu rostro, en tu expresión de plenitud serena. Has sufrido mucho -pasó su mano por el rostro grabado en un lienzo de arrugas blancas-, y la gente que sufre es porque ha amado. No me arriesgaría a decir si fuiste o no correspondido; eso, me lo tendrías que contar tú, pero sé que aún no es el momento. 



Y comenzó a hablar, y cuando volvió a callar comprendió que se seguía conteniendo. Pero lo haría mejor la próxima vez. Aún estaba aprendiendo. Porque como el escritor puso en boca de Pablo Acosta, el amante es invulnerable porque, al ser cómplice de su enemigo, ha embotado sus armas


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