29 de septiembre de 2010

Tránsito


Es el prólogo...


De una estación a otra, enlazando la última palabra de esa página con la primera de la siguiente, intentando que la mirada no deje de observar tinta, descubriendo que al final del párrafo acaba el capítulo, y que en la siguiente página continúa el próximo…

Como el amanecer, o el atardecer… El alba o el crepúsculo… La aurora o el ocaso… Donde no sabes si esa farola solitaria falta o sobra, porque el juego de luces te aturde y el sonido (o la ausencia de éste) te enloquece.

Es la muda de la serpiente, arrugada y blanquecina, retorcida entre la maleza, símbolo de que su desnuda y anterior inquilina se ha deshecho de ella para crecer. Sibilinamente…

Existe la duda, y el temor, pues se trata de algo efímero, de algo crítico y determinante, como el pie que eliges para levantarte cada mañana. Como el último pensamiento que cruzó tu mente antes de quedarte dormido…

Y es que la fuerza de la costumbre vence a muchos, incapaces de aceptar el hecho, de aceptarse a ellos mismos y su necesidad de tomar otro camino.



Las raíces riegan el aire de tierra, arrancadas por un mordisco insolente. Quizás la tierra estuviera demasiado reseca, pero lo que creció en la oscuridad ha visto que existe la luz, aunque transitoriamente…

Pero antes de convertirse lo blanco en negro, todo se torna en gris; y aunque sea un instante, a través de esa puerta fugaz debemos dedicar un momento a lo acontecido y otro a lo venidero antes de que abandonemos su umbral. Nada más.


Es el epílogo...


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