15 de septiembre de 2010

¿Te gusta? ¿Realmente te gusta?


Se movía frenéticamente, agitando los brazos con el suficiente cuidado como para que esa copa medio vacía no regara un suelo sembrado de colillas apagadas y vómitos.


Su vestido, cortísimo y sin mangas, hacía que el sudor se deslizara desde su cuello hasta los hombros, que brillaban cada vez que esa tormenta de luces rojas y amarillas decidía volver loco al ganado aglomerado en tan pequeño espacio.


A su sudor se sumaba el sudor de la escoria que la rodeaba en aquel pequeño antro; se golpeaban los unos a los otros, se restregaban e intercambiaban fluidos en unos baños sucios.


Era tiempo y lugar de demostrar lo que valían, vociferando melodías que desconocen o limitándose a comunicarse con un peculiar lenguaje arbitrario. Ese ambiente de superación, en el que se demuestra cuán potente puedes gritar para hacer del altavoz un segundón.


Todos sonríen. Sonríen portando unos ojos enrojecidos y unas pupilas dilatadas.


Como si un latido pulsante partiera del estómago, por su cuerpo comienza a extenderse un insólito frío a pesar de los probablemente más de cuarenta grados que hace en la estancia. A trompicones, con un sentido del equilibrio difuso y olvidando su abrigo y bolso encima de un gran montón de trozos de tela sintética, se dirige hacia una puerta mientras todos le sonríen, como es costumbre.


Su copa estalla al tocar el suelo del asfalto, y un hilo de vaho sale de su boca mientras vomita entre sudores, ahora fríos.


Su pelo se ha manchado, y sus rodillas presentan pequeñas heridas y raspaduras. Permanece en el suelo, arqueada y salivando.


Amanece.


Pero chicos, tranquilos, ella está de moda, se divierta o no.


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