Todos hacemos cosas
para sentirnos humanos. Y lo peor es que nos lo creemos. No porque eso
signifique que no lo somos, sino porque hay cosas que parece que necesitemos recordar
constantemente. La carencia de una constante rúbrica de nuestra identidad, un
fuego que arda bajo la lluvia.
No hay leyes para esto.
Los hay que disfrutan del momento en un indefinible e hipócrita carpe diem. También están quienes no
necesitan justificación se limitan a existir. Luego, he visto a los que tienen
que oír en boca de otros sus propios calificativos para poder definirse y
clasificarse. Y por último, estamos los escépticos.
Nadie es culpable hasta
que se demuestra lo contrario. Y aún así me reafirmo en que la suposición de
humanidad es una base empírica que está temblando hasta el punto de
resquebrajarse. Somos monstruos con caretas que jugamos a ser humanos. El
Código que nos fue dado se está convirtiendo en cenizas, y ha sido por ese
fuego hidrofílico.
Nunca hemos sido lo que
hemos pretendido ser. Intentadlo, pero no giréis la cara a la verdad, u os
veréis ahogados en vuestra negación.
Somos seres
despreciables y egoístas, y es hora de sufrir las consecuencias. Hoy no estoy a
la tremenda, estoy escribiendo unas líneas acorde a nuestro tiempo. Estoy
escribiendo lo que no queréis leer.
Hoy he sonreído cuando
debería haber disparado. Y todo lo que he recibido ha sido discordia. ¿Cómo
vamos a ser fuertes si el peor mal que tenemos lo engendramos en nuestro seno?
¿Cuándo renunciamos a
la felicidad? Porque fue entonces cuando renunciamos a convertirnos en seres
humanos. No espero ya nada de vosotros, monstruos. El siguiente paso es disparar y después, preguntar.