23 de octubre de 2012

El Código se ha roto




Todos hacemos cosas para sentirnos humanos. Y lo peor es que nos lo creemos. No porque eso signifique que no lo somos, sino porque hay cosas que parece que necesitemos recordar constantemente. La carencia de una constante rúbrica de nuestra identidad, un fuego que arda bajo la lluvia.


No hay leyes para esto. Los hay que disfrutan del momento en un indefinible e hipócrita carpe diem. También están quienes no necesitan justificación se limitan a existir. Luego, he visto a los que tienen que oír en boca de otros sus propios calificativos para poder definirse y clasificarse. Y por último, estamos los escépticos.


Nadie es culpable hasta que se demuestra lo contrario. Y aún así me reafirmo en que la suposición de humanidad es una base empírica que está temblando hasta el punto de resquebrajarse. Somos monstruos con caretas que jugamos a ser humanos. El Código que nos fue dado se está convirtiendo en cenizas, y ha sido por ese fuego hidrofílico.


Nunca hemos sido lo que hemos pretendido ser. Intentadlo, pero no giréis la cara a la verdad, u os veréis ahogados en vuestra negación.


Somos seres despreciables y egoístas, y es hora de sufrir las consecuencias. Hoy no estoy a la tremenda, estoy escribiendo unas líneas acorde a nuestro tiempo. Estoy escribiendo lo que no queréis leer.


Hoy he sonreído cuando debería haber disparado. Y todo lo que he recibido ha sido discordia. ¿Cómo vamos a ser fuertes si el peor mal que tenemos lo engendramos en nuestro seno?


¿Cuándo renunciamos a la felicidad? Porque fue entonces cuando renunciamos a convertirnos en seres humanos. No espero ya nada de vosotros, monstruos. El siguiente paso es disparar y después, preguntar. 


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