30 de julio de 2013

III. De cómo Tadeo entendió el cambio


-¿Qué somos? -preguntó Tadeo con una voz perdida ya en el tiempo.
 
El sire le miró de soslayo desde su mesa elevada de madera de nogal, y aguardó el suficiente tiempo como para que su chiquillo pensara que no recibiría respuesta alguna.
 
-¿Cuántas veces me has preguntado ya eso, aun sabiendo perfectamente la respuesta?
 
En su voz no se denotaba hastío. Había resultado ser más bien como un profesor con un niño que tiene demasiada curiosidad. Si uno se exaspera, entonces es difícil sacar provecho del potencial del niño y al final, la curiosidad se convierte en una desesperación que desemboca en el fracaso.
 
-Me dijiste que somos vampiros, ¿pero lo somos? Te he visto cambiar muchas veces, tantas que ya ni recuerdo el rostro que tenías cuando nos conocimos. Cuando yo... era yo.
 
-Tú sigues siendo tú, Tadeo. Siempre lo has sido, y sin embargo, ya no lo eres. En mi caso es lo mismo, es solo... que ya no mido el tiempo como tú aún te empeñas en hacerlo.
 
-Solo llevo siete años contigo, sire -y aquella palabra, aquella última palabra, tuvo una connotación de adoración y amargura a partes iguales.
 
Godopher, como se hacía llamar por aquel tiempo, dejó la pluma a un lado y levantó la mano en un gesto de desidia. Se llevó ambas manos entrecruzadas a la barbilla y con unos ojos de ofidio que transmitían magia contempló al vástago que estaba moldeando con tanto esfuerzo.
 
-¿Por qué crees que me gusta que me llames sire?
 
Se levantó y dejó caer el manto ajado que le cubría en el interior de aquella cueva sombría. Sus homoplatos, extraordinariamente grandes, hacía parecer que algo estaba a punto de asomar por detrás de él. Algo así como alas que nunca se abrían. O al menos Tadeo nunca las había visto abiertas.
 
Jamás había podido de contemplar el cuerpo de su maestro. Intentaba recordar cada mancha en la piel, el movimiento de sus pezones de un lugar a otro. Los surcos cambiantes en su musculatura y, en ocasiones, hasta las casi imperceptibles diferencias en la pigmentación de la piel. Era un exquisito modelaje, una asombrosa vicisitud.
 
Cuando se dio cuenta de que había entrado en una especie de éxtasis en su contemplación intentó responder atropelladamente, pero cuando iba a salir la primera palabra por su boca su sire se le adelantó.
 
-Godopher, Viktor, Leierev, Nikólav, Irina... solo soy capaz de recordar unos cuantos. 
Llámame sire, porque esa será la única llamada a la que responderé sin dudar. Sin dudarlo, Tadeo, ¿entiendes?
 
Llevó su mano hasta la mejilla de Tadeo, que seguía sentado en aquel poyete de piedra tosca mientras le miraba. Sus uñas afiladas le arañaron la piel aunque no sintiera nada, pero el contacto no duró demasiado.
 
-Sí, sire.
 
-¿Qué somos, Tadeo?
 
-Somos vampiros.
 
-¿Qué somos, Tadeo? -Volvió a preguntar, con su mirada envuelta en sombras, asomando la lengua entre sus labios agrietados.
 
* * *
 
Lo había matado rápido, y ahora su cuerpo seco se endurecía por momentos. Nadie echaría de menos a aquel pastor ni a sus cabras. Nunca más.
 
Por supuesto que había sido premeditado: era necesario. Tadeo había encontrado una cueva para él, una cueva solo para él. Tenía que perfeccionar su técnica, tenía que superar a su sire. Él le había enseñado las bases, ahora corría por su cuenta entender su potencial, desarrollarlo y finalmente, convertir su sangre en una tan pura y llena de poder como las que no se habían visto en siglos.
 
Sus primeros trabajos fueron toscos. Las deformidades que podía hacer eran comparables a intentar modelar la mantequilla que ha comenzado a derretirse con las manos. Así podía decirse que era la carne para él: mantequilla derritiéndose... Lo que debía hacer, era convertir sus manos en herramientas eficaces, en herramientas para la perfección...
 
El cuerpo del pastor había resultado ser anodino. El cuerpo humano era anodino, y sin embargo había resultado de crucial importancia comprenderlo para poder modificarlo. Es extremadamente curioso cómo podríamos comparar el cuerpo con un piano. Es robusto, y de acuerdo a la madera con el que está hecho será más o menos fuerte. La capa de laca y barniz de resina determina cuán bello será, y la calidad del marfil de sus teclas da la clase y prestigio al conjunto. No obstante estamos llenos de pequeñas cuerdas propulsadas que martillean de un modo a otro según la intensidad de nuestros dedos sobre las teclas. Al final, en la sutileza reside el cambio.
 
El cadáver estaba sobre la mesa, desnudo, y presentaba una apertura perfectamente recta desde el nacimiento del cabello hasta el final de su pene. Eran como las dos tapas de un libro abierto. Y Tadeo solo había necesitado sus manos: sus manos. La necrosis de los órganos más blandos era más que evidente, pero aún eran maleables.
 
Serviría, serviría.
 
Diseccionando cada pequeña porción era capaz de comprender la complejidad del rebaño, ni mucho menos comparable a su propia complejidad. Pero cuando entendió tal complejidad y cómo doblegarla, le pareció simple y vulgar. Y el rebaño volvió a ser solo eso: algo corriente.
 
Domeña el cambio, le habían dicho. Hazlo tuyo y vive de él, bebe de él. La ciudad de Kiev muy pronto se había quedado pequeña para él, pero sentía la necesidad de aprender más antes de ir a un sitio más grande. Lo sentía él, pero así se lo había hecho sentir antes su sire.
 
Podría decirse que nada había cambiado demasiado desde que había dejado de ser Erzebet, y, sin embargo, todo era diferente.
 
Seguía inclinado sobre la mesa, sobre aquel cadáver, y sus dedos atravesaban su corazón parado como si se tratara de una nube de gas.
 
-Hola, Erzebet
 
No se molestó en voltear la cabeza. Solo quedaba uno que le llamara así aún. Tampoco se molestó en contestarle y siguió centrado en el cadáver.
 
-Drivicht, ¿qué quieres? -dijo con exasperación al final.
 
-Al final no has cambiado tanto. Sigues controlándolo todo, sigues consiguiendo más y más cosas y, al final, sigues siendo mejor que yo.
 
-Había vivido con Drivicht demasiados años como para saber que aquella conversación tenía un propósito más trascendente que recordarle lo que es evidente. Mas no hizo falta que Tadeo esperara demasiado para saber sus intenciones.
 
-Me he cansado. Ya no puedo más. Aunque no soy... como vosotros, la luz del sol me quema tanto o más. Mi alma se está consumiendo porque jamás alcanzo lo que deseo. Tú obtuviste lo que yo ansiaba por coincidencia mientras que yo, tantos años al lado del maestro, solo obtengo esto que ves.
 
Tadeo levantó la vista y de soslayo susurró,
 
-Te ves bien. ¿No te gusta ser joven?
 
Ahora empezaba a recordar que, en su condición de humana, una de las cosas que más le habían atormentado era envejecer. Estando al lado de un ghoul ahora era obvio que sus cambios, cada nueva arruga, era más pronunciada por la odiosa e injusta comparación. 

-Pero ahora, ¿qué significaba envejecer? Es curioso como términos tan cotidianos pueden ser tan diferentes al final...
 
Una risa amarga inundó la cueva.
 
-Veo que ya has iniciado los experimentos por tu cuenta. Te ha llevado menos tiempo que al anterior.
 
Ahora Drivicht sí que había dado en el clavo, si lo que quería era su atención. Trató de contenerse, de reprimirse y callar. Pero al final la bestia lo superó.
 
-¿Qué anterior, Drivicht?
 
La bestia que siempre perseguía a Tadeo: la curiosidad.
 
-Había sido un error considerarse especial, el primero y el último... Era algo en lo que, sencillamente, no había reparado. Su sire había adoctrinado a muchos antes que a él, y aunque Drivicht no parecía saber demasiado, había hecho que Drahomanov descendiera de su pedestal divino de un plumazo.
 
-¿Y qué hay de ti, Drivicht? ¿No te da vergüenza tu condición? Eterno estudiante, eterno ghoul, eterno nada... Yo soy mucho más que tú, ¡mucho más de lo que tú nunca serás!
 
En un arrebato de ira fue hasta él y le sacudió la cara con un revés de la mano. Aún no había bajado la mano cuando mirada encolerizada se tranquilizó y adoptó un aire angelical que recordaba intensamente a cómo se comportara Erzebet en sociedad.
 
-Drivicht... querido, ¿cómo hemos llegado a esto? -le acarició la mejilla que había golpeado con suficiente fuerza como para amoratarla.
 
Los vampiros no son seres sin sentimientos ni emociones. De hecho, el vivir tanto tiempo hace algo así como le pasa al vino: se intensifican hasta lograrse caldos excelentes para luego, inexorablemente, avinagrarse. Tadeo no había vivido tanto tiempo para ser impune a los resquicios de humanidad que aún desbordaba por los poros. Aún tenía ciertas necesidades que podrían encajar dentro de los deseos del rebaño, el tipo de poder que perseguía aún se instalaba en los parámetros sociales y cívicos.
 
De forma automática se llevó la muñeca a la boca y mordió con crudeza. Luego instó a Drivicht a beber. Las primeras veces que esta situación se había dado, el ghoul jamás había sorbido una sola gota pero con el tiempo su relación había llegado a ser más cercana de lo que fue durante su matrimonio. Drivicht, al fin y al cabo, le seguía perteneciendo.
 
-¿Sabe el sire que tengo este lugar? ¿En qué trabajo?
 
-Él dispuso esta cueva en tu camino, pero nunca me ha preguntado sobre qué haces aquí.
 
-¿Por qué habría de pregunt...? Ah, ya veo. Así que eres dado a espiarme, pajarito. No, tranquilo, no estoy enfadado... Es solo que pensaba que confiabas un poco más en mí. Te lo prometí, ¿no es cierto?
 
En el silencio de la cueva, fue perfectamente audible como la saliva pasaba por la garganta de Drivitch.
 
-Cuando llegue el momento, aunque el sire no quiera, serás como yo... serás como él.
 

* * *
 
Con el tiempo, Tadeo se vio en la necesidad de saber a cuántos más había educado el maestro. A cuántos más... No se trataba de celos, era simplemente que la idea de no sentirse único le atormentaba. Tadeo era único, era especial, al igual que Erzebet lo
era. Resultó de lo más complicado ahondar sobre el tema. Su sire no se mostraba dispuesto a recordar, o mejor dicho, a rescatar nombres y rostros del pasado.
 
-¿Qué importancia tiene cuántos hubiere, Tadeo? Sabes que actualmente solo te tengo a ti.
 
Mientras hablaba, su sire jugueteaba con lo que parecía un murciélago. No obstante, no era la rata alada que todos habríamos esperado. Era, literalmente, un ratón de campo con alas de gorrión sobre el lomo. Aquello habría llamado la atención a cualquiera. ¿Quién había dicho que aquel alumno fuera un cualquiera?
 
-Estás empezando a resultar una decepción, Tadeo...
 
Daba gracias porque Drivitch no estuviera allí. De alguna forma, aquella humillación frente a un ghoul habría sido un golpe demasiado bajo y gratuito.
 
-Te elegí, Erzebet, por algo que creí ver en ti. No me gustan los humanos, no me gusta la sociedad, no me gustan las normas que atan nuestra senda... Creía que tenías el potencial necesario para abandonar la notablemente inferior forma de vida que llevabas, pensaba que tu carne trascendería... Y ahora solo te preocupa cuántos más chiquillos tengo sueltos por ahí.
 
La risa de decepción restalló contra las paredes de roca.
 
-Tengo otra pregunta. ¿Desde cuándo Drivitch está contigo?
 
Los ojos de Godopher se contrajeron hasta que los cerró. Sus labios se arrugaron y cambió de posición en la silla. ¿No esperaba esta pregunta?
 
-Es difícil de decir, puesto que no tengo una noción del tiempo regular; no obstante, la pregunta debería ser, ¿desde cuándo estoy yo con Drivitch? Escúchame, Tadeo. Solo te diré esto una vez. Los maestros somos seres ensalzados hasta el punto del mito. Y ciertamente somos mitos, pero cuando sois chiquillos solo sabéis elevar vuestras expectativas más y más y creer que con estas manos se puede moldear absolutamente todo. No somos perfectos, sentenció. Si lo fuéramos, nada de esto tendría sentido.
 
Desde aquel momento, las conversaciones con su sire se tornaron breves y escuetas, como si la comunicación se hubiera reducido a una mera formalidad. Tadeo nunca lo entendió entonces.
 
* * *
 
Cada noche Tadeo regresaba a su laboratorio. Y cada noche, Drivitch aparecía por allí. No hablaban tampoco demasiado, y tampoco podría decirse que se profesaban simpatía; no obstante, Drivitch observaba en silencio cada movimiento de Tadeo desde un rincón. De hecho, muchas noches aparecía en compañía de alguna muchacha desarrapada o un joven al que había engatusado con mentiras y unas pocas monedas.
 
El señor Drahomanov retenía a sus ghouls el tiempo que le resultaban útiles. Después, los enviaba sencillamente a un lugar mejor, y con las extremidades de su cuerpo no necesariamente en el mismo orden que cuando llegaron a él.
 
-Sigo sin saber por qué vienes aquí cada noche, Drivicht.
 
-Sigo esperando lo que me prometiste. Y tengo tanto tiempo como tú, mientras así el maestro lo permita. Sigo esperando que intentes algo que intentaron todos antes que tú: matarle.
 
¿Qué era Drivicht realmente? O aún más importante, ¿qué ganaba en todo aquello? A Tadeo ahora lo corroía por dentro un ansia que no sentía desde que Erzebet fuera Erzebet.

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