7 de diciembre de 2009

Pendiente (abajo)




            Llovía. 

 

            Decidí que era hora de tomar un paseo.

 

            Decidí no coger el paraguas, así que me cubrí con la capucha del impermeable hasta la nariz, lo suficiente como para ver mis pasos sobre un terreno resbaladizo en el que cada farola encontraba su reflejo.

 

            Decidí que tomaría una pendiente: primero hacia arriba; luego, hacia abajo.

 

            Por un momento, me detuve y pude escuchar como cada gota ligera, azotaba mi cabeza golpeando el plástico con violencia en sordo sonido. También las hojas murmuraban. Así como quien no quiere la cosa, me di cuenta que no había cogido mi mp4, pero no había silencio: la lluvia nunca trae silencio. En absoluto me molestó, el suelo comenzaba a oler a Actinomycetes sp.*

 

            Bajo la capucha, también decidí que miraría un rato más: primero, a las hojas del suelo, reluciendo a pesar de que temblaban a cada impacto. Luego, elevando la cabeza, gota a gota a trasluz caer, cerca de mi cara. Hoy la luz de las farolas es especialmente amarilla.

 

            Decidí que era el momento de regresar, cuesta abajo, dejándose llevar, pero no obstante, algo me hizo detenerme: tropecé.

 

            Resbalando, algo totalmente imprevisto, mi cabeza fue a dar contra el suelo, precedida por mi espalda.

 

            Y no me moví.

 

            Durante unos segundos, largos como eones, me quedé ahí. Estúpidamente, patéticamente, mojando mis mejillas y con la mente en blanco. No pasaron coches, las farolas tampoco se apagaron: no ocurrió absolutamente nada. Simplemente, continuó lloviendo.

 

            Entonces, decidí levantarme, y seguir caminando…

 


*Actinomycetes sp. es un organismo microscópico del suelo que cuando aflora (debido a la humedad) aporta ese característico olor a lluvia y tierra mojada. 

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