16 de febrero de 2010

Atreverse


Movía las caderas lentamente por aquel infinito pasillo.

Ese día se sentía realmente estúpida, casi como si tuviera un par de lustros menos. ¿Aún una chiquilla?

Cuando llegó a ese lugar, cerró la puerta con pestillo a pesar de que sabía que estaba sola en casa. No sabía por qué, pero el baño era el cuarto de toda la casa que más seguro le parecía, y todo por ese simple pedazo de metal debajo del pomo rústico y negro.

Fue directamente hasta la gran tina y dejó caer un diminuto chorro de agua templada, controlando las llaves del agua fría y caliente. Tras tantos años, le había encontrado el punto.

Inspiró antes de encararse ante el gran espejo que había sobre el lavabo, apoyando ambas manos sobre el frío mármol que fue calentándose conforme pasaban los segundos tras el primer contacto. Bajó la mirada y escupió en el lavabo, viendo como su pelo cubría toda su visión.

Accionó la manecilla del grifo del agua fría y un suave torrente se llevó los restos de su saliva y bilis templada hasta la alcantarilla. Cuando volvió a levantar la cara hacia el espejo comprobó que tenía la barbilla mojada: nadie le había enseñado a escupir nunca. Pasó su brazo para limpiarse y devolvió la mano a su lugar.

En un eterno bucle miraba el reflejo de ella misma en el ojo del reflejo de su reflejo, perdiéndose en la inmensidad ámbar de mil destellos.

Tell me where it hurts…

Desvió un segundo la mirada y allí estaban, dentro del jarro de cerámica, junto con el lápiz de ojos, el rímel y algún que otro pincel, aquellas tijeras plateadas y brillantes.

Dudó, pero pronto dejó de hacerlo. Con la boca entreabierta, tomó esas tijeras y las miró un poco de cerca. Esas bombillas sobre el espejo, como si fueran del más lujoso de los camerinos, provocaban miríadas de luces cuando incidían en la superficie metálica. Inevitablemente las abrió y cerró un par de veces deleitándose placenteramente en el característico sonido de las mismas. Chic, chic, chic…

No sonrió ni una vez.

Su mano, guiada por un intrínseco pensamiento, se deslizó hasta su pelo, hacia esos mechones que se interponían entre ella y la realidad y comenzó a cortarlos irregularmente, casi con rabia.

Pronto se incorporó del todo y ayudándose de la otra mano comenzó a tomar mechones con un frenesí inaudito en ella para cortarlos de modo violento, casi con rabia contenida. Una vez, y otra vez.

Tampoco lloró.

Sus cabellos, lisos y suaves, caían ligeros aquí y allá: suelo y lavabo, alfombrando ese cuarto de baño que tan frío le había parecido siempre.

Cuando no pudo contener dentro de sus puños más cabello, soltó las tijeras bruscamente. Éstas impactaron sobre el mármol blanco y se deslizaron, abiertas, hasta dar con el jarrito de cerámica que las solía contener.

Agachándose, abrió el armarito que había debajo del lavabo, y sacando de forma desordenada unas cuantas toallas y par de cajas de maquillaje tomó aquello que buscaba.

Era un estuche sencillo, con el cierre de velcro que abrió instantáneamente para extraer ese pequeño aparato. Hubo unos instantes en los que se detuvo con la maquinilla en la mano y el cable colgando para volver a fijarse en sus ojos en el espejo. Se odió a sí misma por ello.

Presta, llevó el cable hasta el enchufe habiendo colocado el cabezal del aparato previamente. Accionó el botón y todo sonido quedó ahogado en ese zumbido que lo invadió todo.

Muy lentamente lo acercó, disfrutando de cada milisegundo que se le concedía.

Era agradable.

El cabezal, con su particular rastrillo, acariciaba su cuero cabelludo mientras lo que quedaba de su melena desaparecía poco a poco, como los campos al final del verano…

Ese último mechón… Se permitió el placer de cerrar los ojos mientras desaparecía antes de acallar ese ruido y dejar la máquina sobre el banco de piedra. No se molestó en desenchufarlo.

Volvió a mirarse en el espejo, pero faltaba algo…

Inclinando la cabeza hacia su pecho, tomó con sus manos la camiseta y comenzó a levantarla. Hacía mucho tiempo que quitarse una camiseta, algo tan simple, no había sido tan diferente. Se sentía distinta, y eso le gustaba.

Le siguieron los pantalones, los calcetines, el sujetador y, por último, esas braguitas negras que tanto le gustaban. Dejó caer su ropa al suelo, sobre los restos de su pelo, que ante el impacto de las prendas se expandió por la estancia, hasta debajo del armarito, la taza y el bidé.

Aquel era el momento de verse a ella misma, tal y como era. Sus senos, turgentes y apretados, estaban con los poros apretados, al igual que el resto de su piel. Había tenido un escalofrío, y sabía que era momento de despegar sus pies del gélido suelo.

Caminó, con ese mismo movimientos de caderas inicial, hasta la bañera, y primero levantando la pierna derecha y luego la izquierda, comenzó a sentir el agua acariciando su pálida piel.

Sujetándose con ambas manos a los lados de la bacina comenzó a sentarse sobre el agua. Le cubría hasta los pechos, así que decidió que era suficiente.

Con un movimiento, hizo su cuerpo hacia adelante para poder dar con la llave del agua, cerrándola.


Ya no había ruido, sólo su respiración.

Poco a poco, fue recostándose y comprobando como su espalda iba tomando contacto con ese terreno acuático hasta que su cabeza quedó sumergida hasta las orejas.

Procuró respirar profundamente antes de hundirse en su particular piscina para cerrar los ojos bajo el agua y dejarse llevar, algo que no había hecho en mucho tiempo…


Ese agua era transparente.

2 comentarios:

  1. Me encanta. Es genial. Si tuviera valor, yo habría hecho lo mismo hace tiempo. Si tuviera valor... En cambio, me limito a comer quibis. :)

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  2. AaA Kiwis!!!

    Yo iba a decir que si te habías inspirado en Sara en lo de raparse el pelo xDD

    Una gran entrada ^^

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