7 de junio de 2010

Sarna



Tus rodillas pierden toda su fuerza, y tu cuerpo choca contra la húmeda hierba, que se apelmaza bajo el peso, con esa sensación de mil hormigas recorriendo tu vientre tras la ropa.


Apoyas tu cabeza un instante, y sientes como ese frescor se torna en un fuerte calor tras pocos instantes de contacto, cuando te levantas mirando al escarabajo que te sobrevuela. Y la hierba que había sucumbido, vuelve a erguirse lentamente a crujidos.


Ese escozor por tus brazos desnudos, piel que abrasa. Evitas rascarte, porque sabes que luego picará más, pero no has hecho absolutamente nada para evitarlo. Sencillamente porque era inevitable, y porque la sarna con gusto no pica.


Pensándolo detenidamente, me he dado cuenta de que hago demasiadas cosas que la gente normal no haría, sin entrar en parámetros que definan el término normal. Y el eje de este asunto se resume a que no entiendo por qué la gente no las hace. Sinceramente comienzo a pensar que la identidad de cada uno, a cada día que pasa, se va llenando de grietas infinitesimales que hacen más y más frágil la voluntad.


Yo, seguiré trastabillando, pero sólo me disculparé cuando mi error haya sido involuntario, como un velo de muerte, que trasciende a las estrellas en las noches oscuras, sólo unos instantes. Porque cuando te quieras dar cuenta, ya habrá amanecido y ese dolor habrá desaparecido entre un mar de sábanas perfumadas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario