18 de junio de 2010

Sin nombre

A veces me planteo seriamente esas cuestiones de reciprocidad que parece ser muchos dibujan como una flecha de una sola dirección. Es más, seré gráfico:


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Bien, sabemos que el ser humano, incluyéndome dentro del colectivo, no se caracteriza precisamente por ser despierto (al menos en este maravilloso país), pero realmente me apasionan los ejemplares en los que existe un elevado trecho en esa peculiar toma de decisiones que ejercen respecto a las que supuestamente dicta una falsa ética escrita a escupitajos en días de viento.


Y yo me pregunto: ¿quién quiere normas cuando ante la ignorancia se puede emplear la imaginación?


Obviamente el concepto norma no es extrapolable a todos los casos, y por supuesto puede inducir a la ambigüedad, por eso he decidido no ponerle nombre. También en parte porque ni siquiera lo merece, y eso queridos lectores, es algo grave.


Llega un punto en que, y estoy convencido que esto lo entenderá quien lo tenga que entender, se pasa de un punto elástico a uno plástico. No es una física de los materiales muy compleja, pero basta decir que es un paso irrevertible.


Esa entidad denominada Yo, a la cual habitualmente me refiero de forma un tanto retorcida, cada día me sorprende más.


Gracias, a quien las merece. Y que os jodan a los demás.


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