Te persigo, mi recóndito refugio.
El mundo explota, estalla en mil fragmentos de cristal que chocan contra ti y se clavan, como si fueran dientes de una criatura que no ha comido en mucho tiempo.
Como si tu silencio y pasividad fueran resortes imaginarios, has ido a parar a un campo de minas a la fuerza, haciéndolas saltar por doquier.
Por eso te busco, y no te encuentro.
Habitas en la casa de los gritos, donde los modales se tornan en disparos a matar y en flechas a diestro y siniestro. Donde el diálogo es inaudito y la paz, un mito.
Esos largos minutos hasta que el coche se ha perdido calle arriba, hasta que la farola solitaria te indica que ya no hay nadie cerca… y entonces puedes cerrar los ojos unos momentos e inspirar sin miedo a inhalar gas.
Mi extraño analgésico…
Aunque no hay nada que hacer, el amparo se va apagando poco a poco cuando las llaves vuelven a sonar en la puerta.
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