29 de agosto de 2010

Atenuados


Dispersas, escupidas sobre la monotonía, las sombras tienen quehaceres occisos y enrevesados. Juegan a un tira y afloja que sólo puedes observar durante el silencio.

El paisaje se desplaza pesadamente, y el escenario es reacio a cambiar con los kilómetros acariciados sobre el abrasador asfalto.


Y lo que esperarías encontrar espléndido te inflige una terrible decepción, una sensación que rebasa lo decrépito: pues han cambiado. Son tan diferentes ahora que han cambiado sus galas por pétalos caídos y tallos marchitos, y hojas que se convierten en polvo del tiempo al viento; un viento que se pasea como un insólito visitante entre ellos arrancando notas trémulas de un góspel olvidado, una diminuta melodía de la más grande de las sinfonías, algo que el ruido del motor hace insignificante.


Sus días de gloria han cesado: ya no adoran al Astro Rey. Y aparentan arrepentidos, atenuados, agotados, exhaustos… Incuban su fruto como una enfermedad virulenta, frutos cada vez más gruesos y pesados, en su rostro de tonos ocres y marrones.



¿Alzar cabeza?, no… Ya no intentan perseguir lo inalcanzable.


¿Cómo pueden siquiera haber llegado a existir? En ese mar de grietas y terrones de arcilla roja parece que la tierra arada agoniza por unas gotas de agua.


Su peculiar matadero portátil acelerará el proceso, cosechándolos cuando termine con la parcela vecina, donde las raíces brotan enfermas, como peces que se han cansado de nadar.


Resultáis tan decadentes durante vuestra última exhalación… Pero nadie echará de menos vuestro aroma, ese del que siempre habéis carecido.


No hay comentarios:

Publicar un comentario