15 de enero de 2010

Calígine

            ¿Qué queda de mí sino una niebla que poco a poco, ante un sol ofuscado, va evaporándose y reduciéndose a finas trazas de agua volátil?


                               


            He sido vampiro, drow y orco. Un dragón quemó mi piel, otro me otorgó una de escarcha. He saltado por las calles de Lucrezia, sonriendo en mi tristeza y vistiendo la máscara de la tragedia. He montado en cólera, invocado tormentas y maltratado patatas.

            He logrado alcanzar un estado etéreo, con Vesta, junto a Cassandra. He ahondado en el cuerpo del licántropo humillándolo y profanándolo. He escrito sobre druidas, magos y clérigos, sobre guerreros frustrados, sobre mujeres de fe lujuriosas y sobre sadismo en el más puro estado.

            Me he regocijado desollando ateos, cortando, desangrando y vilipendiando desde mi autoridad.

            He llorado.

 

            He llegado a ser El Músico, otro vampiro (más) loco y he pasado a ser nada.

 

            He sido maquiavélico e insultado a niñas bigardas, siendo una niña tímida de mirada clara y malvada. He quemado cosas, limpiado heces y tomado veneno. Y no obstante, lo echo tanto de menos…  

 

            He escrito romances, tragedias, comedias, discursos y juicios. Firmar acuerdos, pactar fracasos. Siendo Dios y esclavo.

 

            Y esa calígine me recuerda lo que he sido y los vestigios de lo intrínseco.

 

            Hoy, me sentía nostálgico. Porque he comprendido que la satisfacción antes se encontraba con facilidad... en un mundo en el que la pena sólo es tinta.  

A todos aquellos que desde las sombras, me leen y me entienden. Al menos hoy. 

1 comentario:

  1. Lo bueno es que a los mundos de tinta siempre se puede volver.

    ResponderEliminar