11 de enero de 2010

Calma


 

            Calma como suspensión o cesación de algo, como pereza e indolencia. Sencillamente. Simple y llanamente.

 

            Dejarte llevar por una corriente onírica, de color verde brillante y sintiendo suaves cosquilleos aquí y allá a causa de una monotonía que hace que tus miembros se adormezcan y tus articulaciones se oxiden.

 

            Es por eso que no podemos olvidarnos de los símbolos y de lo que nos aportan con cada coloratura en su muda melodía de voz apagada. Cuando pasamos mucho tiempo sin hacer nada, debemos dedicarnos a recordar, a recordar cuando la plata toma formas, también la tela y las palabras. Pero la forma definitiva del símbolo es el silencio, mi silencio.

 

La nieve, tan fría, trae demasiadas cosas consigo… En especial, nostalgia. ¿Quizás perdiste algo? ¿Dejaste algo atrás y ahora lo echas en falta?

 

He visto la nieve en la noche, antes de convertirse en hielo o en feo barro. He visto a esos copos, agolpados unos contra otros, apretándose en cada recoveco que los alberga dedicándome unas miríadas brillantes, como motas de luz que a cada paso mío se convertían en cambiantes y simplemente en hermosos. El blanco toma muchos colores en la oscuridad, tantos que es incluso una hazaña el poder distinguirlos. 

 

Odio las pisadas en la nieve. Profundas, tan profundas como mi odio. ¿Quién decidió pisarla antes que yo? Si bien es cierto que mío no era el derecho, tampoco el suyo… Y lo peor de todo, es que tan solo otra nevada las puede ocultar tal y como vinieron…

 

Adoro los símbolos y en especial te aborrezco a ti, pesada bota que mancillas algo que no te pertenecía. 

 

Y no obstante, no perderé la calma… en mi fragante vuelo de absenta y láudano…

 

Cuidado, bota, no sea que pises un lago cuando comience a arribar la primavera y comiences a hundirte de manera inevitable

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