18 de noviembre de 2010

Cábalas


¿Quién no las tiene? Esos pensamientos fugaces en los que pones el final y el comienzo a una historia de la que sólo conoces un capítulos, preguntándote el y si y el ende luego. Es tan deliciosamente maravilloso. Podrías pasar la noche hilvanando escenas por las formas que aparecen en la estela gris del cigarro que se consume en tu mano.


En esas historias, las arañas saben besar y las mariposas decapitan humanos con una inmisericordia orgásmica.


Te relames porque para ti es como una película de cine mudo, desfilando cual pasarela ante tus ojos desenfocados en el punto existencial de la nada, con un decorado turbio y una alta dosis de divergencia entre lo que es y lo que parece. El hielo del vaso, solitario y en estado de fusión, baila por la superficie húmeda del cristal, tintineando. Solicita permiso para la próxima dosis.



Te ha quedado un regusto extraño, en tu boca y en tus entrañas, al imaginar el final de los finales, el final que has creado para ellos.


Las cábalas son algo privado por el contenido que poseen. Por favor, ni te atrevas a llamarlas mero chismorreo. Los chismorreos son cosa de marujas, y las cábalas no entienden de sus gritos de gallina clueca; se realizan en silencio y en situaciones extrañas, donde tu cara adopta esa expresión de plenitud indescriptible, pícara y sórdida; pero se trata de una cicatería bondadosa y despreocupada, como una jovencita ligera de cascos.


Otra copa, por favor. Con sonrisas, por supuesto, y un toque de picardía. Mereces divertirte un poco.


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