10 de noviembre de 2010

Cul-de-sac


Esa puerta no se abre sola, es necesario que actives el mecanismo del pomo para entrar en la habitación… donde una atmósfera, suspendida sobre tu cabeza, donde el aire no llega a tu boca y te hace boquear como un pez fuera del agua durante demasiado tiempo.


Debes resistir, lo suficiente para que tu determinación inicial no flaquee, para que te deshagas de lo que has venido a tirar.


Es desesperación. Es ese pálpito doloroso en la sien, inexplicable y aterrador, como el interruptor que da pie a esa locura agónica; a esa ristra de recuerdos traducidos a imágenes insonoras, momentos que creías indescriptibles reducidos a eso: algo tangible y perecedero.


Cuando te liberas de esos recuerdos, estos caen hacia la gravedad infinita del olvido, donde nadie los acoge ni nadie se molesta en recordarlos.


Este es el único sitio donde uno puede quebrar promesas, donde uno hunde barcos de tripulación demasiado debilitada como para afrontar otra guerra, es donde uno olvida.


Es algo que no lleva a nada, algo que en cualquier otra condición sería inútil, pero en esta habitación, la finalidad viene a ser algo más práctica, pues precisamente algo que no lleva a nada, termina.


El es el final de un camino sin salida, en el fondo de un saco que no ha visto la luz.



No hay comentarios:

Publicar un comentario