7 de noviembre de 2010

Carisma



Dicen que estar solo te hace pensar más de la cuenta, reflexionar retorciendo el cable hasta que los estribos amenazan con soltarse de forma violenta e imparable. Eso dicen.


Tengo el privilegio de vivir relativamente cerca de lugares recónditos y solitarios más allá de las cuatro paredes que acostumbran a servir de vivienda. Si bien suelo ir a esos lugares, he descubierto que lo recóndito rebasa más en el cuándo que en el dónde, aunque cada día que pasa comienzo a sentir más y más frío mi banco de piedra.


Realmente hoy no tenía intención de escribir –no al menos algo que compartir-, pero he visto algo que me ha fascinado, aunque puedo atribuir esa fascinación a mil hipótesis alternativas.


El río hoy estaba tranquilo. Ya era hora de que las libélulas, zumbantes y gráciles como una obra de arte volante, dejaran de sobrevolar una superficie cada vez más fría. Sin embrago hoy es tiempo de que las hojas lluevan y naveguen hasta naufragar en un lugar incierto donde el romanticismo se confunde con los finales cruentos.


Como un tapiz de oro fundido, fruto de la dehiscencia del otoño incipiente, masas informes de hojas se desplazan por su particular Venecia. No obstante, prefiero ver un poco más allá…


Ha habido un momento de brisa, de brisa intensa y helada, de esa que da escalofríos. Como si hubiera sido conjurada, una bandada amarilla ha descendido en frenético movimiento, retorciéndose en complicados bailes aéreos. Una a una han ido chocando contra la masa acuosa de forma que las ondas concéntricas que producían se entremezclaban con confusión.


Tras esto, calma. Como si todo se detuviera unos segundos, las hojas del río se reagrupaban en plataforma flotante y asimétrica. Y entonces, una hoja solitaria se ha visto con la necesidad de arrojarse, viento o no de por medio, hacia su destino. Su paso ha sido lento, sus piruetas, acompasadas, han llevado un ritmo delicado y sutil, como si se hiciera de rogar en aquella caída inevitable y perezosa.


Infinitamente tranquila.


El agua no la iba a acoger. Cuando yo esperaba unos nuevos círculos concéntricos, ha ido a parar sobre un grupo de compañeras. Ha sido… gracioso, como si se jactaran de mí.


Sé que esa hoja tendrá el mismo destino que las demás, y que quizás sea irrelevante escribir o pensar sobre ese pedazo de fibra muerta, pero qué diablos, tiene estilo.


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