29 de octubre de 2009

Hilos



             Y sí, sigo creyendo que desde la oscuridad se comprende mucho mejor a la noche. 

 

            Ese tarareo que proviene de un incierto lugar, se mezcla con el incienso que desprende exóticas figuras en un humo que asciende lentamente, podría decirse que con pereza hasta desaparecer esfumándose.

 

            Es esa sensación de nuevo. Ladeando la cabeza al principio, luego torciendo el cuello hacia atrás. Siempre con los ojos cerrados. Sientes que las nubes de tu mente huelen a un aroma viejo, sacrosanto, dulzón y amargo a la vez. El cansancio es la mano que mece el ambiente, y esa punzada en la espalda te devuelve a la poca realidad que te queda.

 

            La música está ahí: nunca se fue.

 

            Por algún extraño motivo, comienzas a concebir nuevas ideas, acerca del autosacrificio… acerca de la libertad y de la condición de los actos. ¿Qué condiciona a qué? ¿Quién te condiciona? Como si miles, infinitos de hilos de seda, finos y tan poderosos cuando se unen, rodearan tu cuerpo, impidiéndote moverte pero cediendo espacio justo en el lugar en el que deberías hacer lo que vas a hacer. ¿En el que deberías?


           Sabes que esos hilos son necesarios, hasta el punto de llegar a amar a los que siempre están contra tu piel, no cortando tu circulación, pero sí rozándote con esa inusitada suavidad... llegando a ser un deseo y una repulsión tan contradictoria...  


Gentilmente, con palabras que parecen caricias, comprendes que sientes que tú no eres tú. Nadie es uno mismo y nada más. Todos tenemos algún vínculo con otras personas. Algo que nos une a ellos, y por eso precisamente la vida nos acerca un poco más a nosotros sentimientos como diversión, o dolor… o cariño.



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