31 de mayo de 2010

Extraño

Sé que no os gustan las incógnitas. Pero a mí sí, sobre todo cuando se tratan de ciertos asuntos. No lo puedo evitar.


Quizás sea por los motores de las fábricas que envuelven el aire de verano de un molesto zumbido, un zumbido que sólo entiende el silencio los domingos, en vista de un vacío donde abunda la tranquilidad.


Pero no siempre estaremos aquí, enclavados como la Excalibur, pues un Arturo podría decidirse a llegar algún día a forjar su propio Camelot entre las brumas de un destino incierto pero sereno, escuchando esas voces que te hablan acerca de la eternidad y del paso de los días en los que habitas.


No intentes vivir más de sesenta minutos en una hora, podría salir mal tu jugada. Podrías llegar a resultar realmente perjudicado cayendo en la trampa que tú mismo has puesto en la puerta de tu casa.


Súplicas y redenciones suben como las golondrinas en días de humedad hacia un cielo de dioses truculentos. Cuestiones que desean ser resueltas y que están condenadas a ser respondidas por rudos analfabetos.


Ni lejos ni demasiado cerca, simplemente donde están. En cada momento de su diminuta y remota existencia.


Cuando huelas a resina de pino, no esperes encontrar sombra, porque habrán talado el árbol.


Perdón por el mes de lo Extraño.

No hay comentarios:

Publicar un comentario