18 de abril de 2010

Imagina


Le encantaba aquel sillón. Quizás fuera lo único que la motivaba para ir cada día a ese despacho a trabajar.


Aquella sensación cuando depositaba sus posaderas sobre el cuero negro y el aire entre la tela sintética y el cojín mullido se escabullía era agradable, algo así como el cepillarte los dientes cada mañana.


Había silencio al respecto.


Ni tan siquiera él le había comentado nada, ni una sola palabra. Y eso, increíblemente, la llevaba a dibujar unas discretas arrugas entre las comisuras de sus labios, en ese acto que algunos llaman sonreír.


No era un día soleado, estaría allí metida hasta tarde y probablemente, esa comida que llevaba metida en un triste tupper de plástico se reblandecería, quedando la jugosa carne con una textura similar al chicle y con demasiado jugo.


Miró de soslayo su mesa mientras se acariciaba instintivamente la cabeza, donde antes caía un mechón fugitivo. Jamás había probado la suavidad de sus manos ahí, y ese pequeño placer era algo que su jefe tampoco le podía prohibir.


Orden, como siempre.


La superficie pulida de contrachapado, pues las maderas nobles no parecían tener cabida en empresas como aquella, estaba limpia, con un lapicero en el que codo a codo se apoyaban una pluma y un portaminas, ambos de un tono verde cobrizo con una filigrana plateada. A su lado, una increíble montaña de papeles.


Parecía que hacía meses que no había leído una sola línea cuando comenzó con el primer formulario, pero entonces usó esa capacidad suya para activar el play de su reproductor de música cerebral para proseguir con su mecánica labor empresarial, esa por la cual una vez al mes veía unos cuántos números más en un papel que llaman libreta bancaria.


No era todo lo que se podía soñar, pero lo sería. Ya lo creo.


Aquella mañana gris, el edificio de enfrente, de ventanas espejo, parecía querer demostrarle que las nubes pueden fundirse con la piedra y el metal, acariciando con dedos de terciopelo una mirada perdida que no olvida aquello que escribió una vez.


Deberían remunerar lo que es imaginar eso, porque muy pocos pueden hacerlo o bien están cualificados para ello.


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