4 de abril de 2010

Indulgencia


Puedes intentar fulminar con la mirada, llegar a quemar con tus ojos cada sentimiento del ajusticiado, haciendo que ardan como si se tratase de papel rebañado en gasolina.


Sentir el placer de cómo el martillo golpea la madera, propagando su eco.


Esa voz que tras tu oreja derecha susurra compasión miente. Que ni se te pase por la cabeza escucharla.


Muy pocos caminos borran las huellas que dejas al pasar. ¿Por qué iban a molestarse? Si decides pisar fuerte, tu suela se definirá perfectamente entre el fango y el cieno de forma irremediable, endureciéndose con cada día de sol que pasa y creando un molde de pecado.


Puedes regresar a difuminar tu pisada cuando el barro aún está húmedo y tierno, como esa masa que aún no ha entrado en el horno. Pero recuerda que para volver también tendrás que pisar.


Por eso te advierto por tu bien, que pises fuerte únicamente cuando camines por las playas, con su inestable vaivén de olas ininterrumpido, porque el mar es el único que practicará la indulgencia contigo cuando te arrepientas de los pasos que has dado.


Y nada de lo ocurrido, se tendrá en cuenta. Iluso.



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